Existen miradas que inspiran, que reflejan el mundo entero en un instante.
La mirada de mi nieto contiene el mundo entero en un parpadeo. En sus ojos percibo interrogantes, asombro, un cariño que rompe, pero también son como un espejo que refleja a todos los niños del planeta.
Cada vez que lo veo jugar, divertirse, moverse, inquietarse y solicitar explicaciones, no puedo dejar de pensar en la infancia como ese territorio sagrado que debemos resguardar con todo el amor, la inteligencia y la dedicación de la que somos capaces, ya que cada niño —mi nieto, tu hijo, los niños que asisten a la escuela o aquellos que no pueden ir— simboliza la promesa más auténtica del futuro.
Hoy, en el Día del Niño, no deseo festejar con globos ni expresiones reiteradas, sino con un fuerte llamado a recordar que la infancia no se experimenta de la misma manera en todos los rincones. Aún existen muchos niños sin voz, sin hogar, sin atención médica o educación. Millones viven situaciones que nadie debería experimentar, especialmente en esa fase donde el alma se desarrolla y la dignidad se adquiere a través del ejemplo.
Cuando observo a mi nieto dormir, experimento una gran gratitud por su serenidad, por la protección que se le brinda. Sin embargo, me asusta la diferencia con tantos niños que carecen de cama, que desconocen el cariño y que no conocen el alivio de un abrazo. No es suficiente con que los nuestros estén bien. Es necesario soñar —y esforzarse— por un mundo en el que cada niño tenga el derecho a ser niño.
Deseo para todos ellos lo mismo que deseo para mi nieto: una niñez libre de violencia, repleta de entretenimiento, de posibilidades y de cariño. Que sus necesidades sean atendidas con paciencia, sus sentimientos honrados y sus habilidades halladas oportunamente. Que cuenten con educadores que los motiven, que sus familias los protejan y que las comunidades les brinden auxilio.
El Día del Niño no debería ser un día destinado a obsequiarles dulces, sino a renovar el compromiso con su dignidad, para demandar políticas gubernamentales que los salvaguarden, para evaluar nuestro trato con ellos.
En los ojos de mi nieto percibo el porvenir que nos aguarda, pero también la enorme responsabilidad que asumimos en la actualidad. Y si su mirada resplandece, que sea debido a que le estamos dejando un mundo en el que ningún niño tenga que pedir amor, alimento o respeto.
Esta opinión la estoy escribiendo pensando en él, pero la estoy escribiendo por todos, ya que en cada infante del planeta reside una esperanza que no podemos desconocer.
Nazre Daniel se llama mi nieto, el espejo que refleja para mí a todos los niños del mundo.