La Constitución de la República, en los artículos 26, 27 y 28, reza sobre el derecho a la educación, establece los principios y la ubica como gratuita y de calidad.
Pareciera que estamos transitando en lo ideal, pero lo real es un atentado a ese derecho marcado en la Carta Magna. Y es que hay que estar dentro del Sistema Educativo Nacional para mirar con asombro todas y cada una de las cosas que están haciendo de la educación en el país una odisea.
Para empezar este periplo, es digno recordar que el maestro era una autoridad; sus palabras, en el tono que fuesen, iban y siguen yendo encaminadas al direccionamiento del educando, para que en su andar educativo vaya de la mano con una realidad en la que se acentúa la falta de oportunidades y los sesgos acumulados por la forma como se ha orillado al sistema educativo en la actualidad.
La falta de mantenimiento a los establecimientos educativos —y aquí se hace necesario un análisis profundo al momento de generar un diálogo que permita realizar cambios sustanciales—, que la educación por fin sea una política de Estado y deje de ser aquel sector donde no se invierte para generar brechas y poder reducir presupuestos, que, dicho sea de paso, son paupérrimos, en un país que se niega a creer que la educación es el camino.
Los docentes vivimos en zozobra permanente. Debo considerar algunos aspectos que abonan en este punto traumático y deplorable. La deserción de niños y jóvenes al sistema educativo fiscal lleva a las autoridades a unificar grados, algo que no debiera pasar en la zona urbana, a no considerar el área con la que se cuenta y disponen ubicar 40 o 45 estudiantes en un aula que está diseñada para albergar a no más de 25 discentes, poniendo en tela de duda lo manifestado en el artículo 28, donde se considera que este proceso debe ser de calidad y calidez, pero, con estas medidas, ponen en evidencia el atropello a lo establecido en la Constitución.
Y como se ha reducido el número de estudiantes, aparece el consabido exceso de personal, acompañado de la falta de respeto más vil que se pueda escuchar y poner como salida: cualquiera puede dar esa materia, ya que es de conocimiento general, desvirtuando los años de estudios de un docente que se preparó para enseñar lo que ahora minimizan. Los cambios son de fondo, no de forma.