Esta novela de Dostoyevski relata la historia de un crimen cometido por Raskolnikov y sus consecuencias.
Apremiado por duras circunstancias, que según él no le permiten alcanzar la grandeza a la que está destinado, cree que matar a una vieja usurera que presta dinero con altísimos intereses (y a quien él mismo le debe dinero) le permitirá alcanzar todo su potencial. Según Raskolnikov, esto no es moralmente condenable, aun cuando sea ilegal. Él está seguro de que todas las personas superiores cometen asesinatos para alcanzar sus objetivos.
Dostoyevski explora el lado psicológico de Raskolnikov, cuando, después de asesinar a la mujer, debido al remordimiento, entra en un estado febril y delira.
Una de las principales cuestiones de la novela es que no hay crimen sin castigo. Incluso si el criminal cree que el delito es “moralmente justificable” y, aun cuando es lo suficientemente hábil como para eludir a la justicia, siempre habrá consecuencias. Finalmente, vemos cómo Raskolnikov halla cierto alivio al ser capturado y confesar sus crímenes.
Ecuador es una sociedad infectada por la violencia y la impunidad. El sistema de justicia languidece sin recursos, con parásitos que lo devoran desde adentro, y, constantemente apedreado por el populacho irracional, se arrastra herido de muerte, rumbo a la emergencia (y a otra cirugía mayor). Así, difícilmente podemos esperar que en nuestro país todo crimen tenga un castigo, como asegura Dostoyevski en su novela.
Sin embargo, de vez en cuando, más por razones políticas (no por eso injustas), esta regla amorfa de impunidad generalizada tiene su excepción. Así, vemos cómo tres ilustres criminales protagonizan las páginas recientes de nuestra novela criolla, para captar la atención del pueblo, que se recrea y desahoga con los tormentos sufridos por estos pintorescos personajes, semejantes a las travesías de Raskolnikov.
Salcedo, alias “Bello”, entusiasmado por delatar a sus compinches, sufre un atentado; J. Glass, alias “Vidrio”, deprimido por el encierro, ante el peso de la evidencia, alega locura, mientras sigue evadiendo la culpa a puertas de su tercera sentencia; y A. Villamar, alias “Fito”, arrinconado por la ley, es capturado en un lujoso hoyo, para enfrentar a la temida extradición.
Sus crímenes y orígenes son diferentes, pero, al igual que Raskolnikov, se creían seres destinados a la grandeza. Lo que ignoraban era que, tanto en la ficción como en la realidad, las fechorías se pagan, y en una sociedad medianamente seria, cuando la justicia cuenta con apoyo y recursos, todo crimen tiene su castigo.