S olo un farsante o un despistado podrían afirmar que el futuro que se avecina para el Ecuador no es preocupante. Hasta los neófitos en ciencias económicas o políticas reciben el hedor insoportable que se desprende de un gobierno en evidente estado de descomposición. Los dislates y las argucias que fueron la esencia para el menjurje de Montecristi y que suponían era la trampa perfecta para engañar al pueblo, solo están sirviendo para que los arácnidos que contribuyeron en la elaboración de tan mañosa red, se hayan enredado en su propia telaraña. ¡Que baturrillo en lo jurídico y en lo político! Hitler, megalómano y genocida, para gobernar en totalitarismo tuvo la agudeza de gobernar con la ajena Constitución de Weimar, que fue concebida en l.919 en una república democrática.
Pero como la estulticia no tiene fronteras, siempre quedarán unos cuantos gerifaltes que se encuentran ahítos con las delicias del poder y derrochan alabanzas para quien nunca pensó, ni en la mejor de sus noches oníricas, que accedería a un sitial reservado para unos pocos que han tenido conciencia de la responsabilidad histórica de regir los destinos de un pueblo, mismo que en ocasiones se encuentra impelido por personajes imprevistos, a quienes les atribuyen calidad de carismáticos y por tanto con una enorme capacidad de convocatoria, y, en ocasiones, deriva en una especie de mesianismo que arrastra tras de sí a una mayoría ciudadana, envueltos en una mística que les transmite el que aparece como estrella fugaz.
Es así como los ciudadanos, impregnados políticamente en un fervor cuasi religioso, siguen a quien consideran eventualmente como “redentor” en varias jornadas electorales, con la esperanza de que su “profeta” lleve a la práctica los milagros ofrecidos. Cuando no sucede aquello, el pueblo, crédulo pero no pendejo, demuestra su insatisfacción con los bajones experimentados en repetidos y cansinos eventos comiciales. Hasta que llega el final, en el cual no surte efecto alguno la maniquea publicidad de quienes demuestran ser émulos de los vicios de antaño.
Poner en marcha un programa de cinismo para lograr la adhesión de las masas, matizado con escenas dramáticas, música costumbrista, bailes estrafalarios, cantos destemplados y comedias forzadas, a más de contar con un número seleccionado de caras de corcho, se necesita tener a disposición una abultada suma de dinero del bolsillo de particulares, o disponer arbitrariamente de los bienes pertenecientes al erario público, que por ser de todos deberían ser sagrados, pero no utilizarlos en las ocasiones que los necesiten para satisfacer delirios de grandeza de aquellos entontecidos por la concentración de poderes.
Solo cuando se acabe el sainete entenderán que el porvenir es una tela que la imaginación borda a su capricho, pero nunca es correcto el dibujo.
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