El Ecuador, antes de la crisis mundial, como que iba conduciendo un carro por una autopista, manejaba plácidamente, sin llanta de emergencia eso sí, el camino estaba pavimentado, no existían riesgos de pinchazos, era como ir de Portoviejo a Manta.
Es que el petróleo, el principal producto de exportación, el que inyecta ingresos, estaba en permanente alza, nada amenazaba su precio, la demanda era sostenida, los dólares fluían, los programas de gobierno tenían presupuesto y nada, que no sea la incompetencia de la burocracia, podía impedir que se cumplieran. En estas condiciones la pregunta no era si se va a llegar a la meta sin inconvenientes, sino cuándo se va a llegar: todo era cuestión de la velocidad con la que se deseaba andar o de las paradas que se deseaba hacer. Es decir, la actitud era la misma de quien conduce por una buena vía en la que uno es quien decide en qué momento detenerse, para una comida por ejemplo, y no son las condiciones del camino las que marcan el tiempo de viaje.
Todo iba bien entonces, el vehículo se desplazaba como uno quería y el viaje transcurría tranquila y serenamente, todo era felicidad. De repente, el rato menos esperado, en los momentos en que conducía muy relajado, el país se sobresalta por lo que ve al frente: una sucesión de baches, uno más grande que otro, que lo obligan a aplicar bruscamente los frenos no sólo para evitar daños al carro sino también para tomar precauciones ante un eventual corte del camino que le impida seguir adelante. Esto es a mi juicio lo que ha pasado con la crisis que recorre el mundo. Ibamos muy bien y sin haberlo imaginado, la crisis de allá, en la que nada tenemos que ver, nos obliga a realizar un frenazo y a replantear totalmente nuestro viaje. Pero el problema que se presenta ahora no sólo es que debemos manejar despacio sino que pueden ocurrir cosas por no llegar a tiempo adonde íbamos. En otras palabras: al país se le presentan los mismos problemas que ocurren cuando uno pierde una cita por los baches en el camino que le obligan a ir despacio.
En estas circunstancias, la pregunta que cae como anillo al dedo es: ¿Qué debería hacer el Ecuador para pasar todos estos baches? La primera medida como que es obvia: andar despacio. Pero esto quiere decir que muchos programas del gobierno sufrirán un considerable retraso, lo que a su vez significa que habrá menos dinero en la economía, lo que trae como consecuencia primaria un menor poder adquisitivo de la población y una contracción general de la economía. Y la segunda es la más grave: Si andar despacio no soluciona los problemas presentados, habría que sencillamente que recortar los gastos. Pero si se mete un clavo en una llanta ¿qué hacemos? No hay llanta de emergencia.
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