Cierta vez, un colega periodisto escribió un pie de foto que decía: “La casa donde vivía el muerto”. Y un tipo parado en una esquina al ver pasar un sepelio preguntó: “¿Quién será el muerto?”, “!El que va dentro de la caja!”, le respondieron… Apuntes que apuntan a destacar el hecho de que la muerte no es nada grave; simplemente, es.
Por eso, me parece requetebién que haya gente que festeja en vez de conmemorar nomás este día. Y yo aspiro a que a mí, una vez sepulto, ni me visiten: lo lindo sería que me recordaran alegre, vital (eso, ¡vivo!) y siguieran los ejemplos buenos, que aunque pocos, sí les dejé en vida. Esto del Día de Difuntos fue una invención de Gregorio IV, allá por el siglo XVI, y con el paso del tiempo ha llegado a casi fundirse con el Halloween de los gringos (y pelucones y choloboys y pitiyankys), sin dejar de ser una celebración que se remonta a quién sabe cuándo allá en la noche de los tiempos. Por eso es que estimo que el día de hoy debiera ser festivo, pero festivo de verdad, con orquesta o, por lo menos, con banda de pueblo y baile y todo lo demás. Y es que a mí me encanta el sentido mexicano de la muerte para el que en un día como hoy, bien viene gritar a pescuezo pelao: ¡Viva el muerto, carajo!, y luego decir ajúa y hasta, quién quita, pegar un trío de pepazos .45 al aire, bien tronados, de puro gusto por los muertitos que, por lo menos, ya no tienen que sufrir a algunitos que andan sobre la tierra en vez de estar bajo ella varios metros al fondo hace fu.
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