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Fernando Macías Pinargote
Matar a Dios

Hace poco, un gringuito de laberíntica mente, declaró que quería ir al cielo y asesinar a Dios. Todo empezó en el XIX con Federico Nietzsche, filósofo alemán, quien manifestó que Dios era en realidad un refugio de los seres humanos que no aceptaban la inutilidad de la existencia. Ese pensamiento cero o nihilista lo llevaron a publicar escrito como Gaya Ciencia, donde relata que un loco sale a las calles de un pueblo ante gente incrédula, a gritar que Dios ha muerto y que el asesino es él y todos los que lo rodean.

Jueves 15 Mayo 2008 | 21:48

Los locos y los genios coinciden, aunque a veces estén equivocados. Según los estudiosos el filósofo, que era ateo, no quería matar a un ser en cuya existencia no creía, sino a la idea que los hombres tenían de él. “Los ríos turbios sólo puede limpiarse desembocando en el gran mar, yo les anuncio el superhombre, él es un mar, en él puede abismarse vuestro gran menosprecio”, es la frase que trata de justificar que Dios debe morir para que nazca el nuevo ser humano. El filósofo hizo una serie de elucubraciones que lo llevaron a elaborar su teoría. Un día aparecieron por las calles de ciudades alemanas unos carteles con la leyenda “Dios ha muerto (f) Nietzsche. No pasó mucho tiempo y apareció la réplica: “Nietzsche ha muerto (f) Dios”. Desde entonces no hay día y lugar en que Dios no esté presente en los labios de adherentes y detractores. Pero Dios no responde por boca de ningún filósofo. Dios responde sólo por la boca de un macro mundo apasionante, de un micro mundo a cuyos confines trata de llegar la física cuántica. Creer en Dios no es necesariamente una frase cualquiera. Es la justificación de un aliento, más allá de las fuerzas inmutables del universo, con sus misterios y sus interrogantes. Para los creyentes, sea cual fuere su posición ideológica, Dios es la máxima expresión de sabiduría, y en cada caso existe un plan que induce a la inmortalidad. En cualquier circunstancia cabe la metáfora de que somos gotas que retornaremos al gran mar de donde procedemos. Entender al que quería matar a Dios es difícil. Pero de haber llegado ante Dios, éste le habría dicho: “no me acuses, porque yo te he dado la libertad y tú te encadenaste, te di albedrio y lo abusaste, dispuse que seas feliz y no quisiste, te di igualdad y te dividiste. Finalmente, te di toda la espiritualidad del mundo y preferiste el burdo materialismo que ahora te mata. Te has materializado en el peor sentido de la palabra, y eso causa frustraciones”. La grandiosidad de una naturaleza, destrozada impunemente por la ambición, es la respuesta más sólida de que nos fue dado lo perfecto. A lo mejor no lo entendemos, o creemos ingenuamente que Dios va a reparar indefinidamente nuestros excesos. "Los locos y los genios coinciden"
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