Hoy es el día que la humanidad ha dedicado para homenajear a las madres, recordando a las que se fueron y exaltando las virtudes de las que nos acompañan todavía. Madre sólo hay una, pero el sentimiento de madre es universal. Las madres merecen ser todas homenajeadas, no importa su color, ni su raza, ni su posición social ni económica, porque cada madre es símbolo de valor y entrega por sus hijos, la madre es el ser más sublime de la creación. La madre es la antorcha, la lámpara que con su luz clara nos alumbra el camino de la vida, nos aparta de los vicios y de la maldad. Ella es cautelosa y va arrancando las espinas que clavan en nuestros corazones el dolor y el desengaño. Es aquella mujer que llena de alegría el hogar, a la que se debe amor y abnegación sin límite, sin medida; ella es la modeladora de las almas; es el eslabón de la vida misma, porque va uniendo con lazos indisolubles de amor, la existencia y los sentimientos de los hombres, es la que trueca su felicidad por la nuestra. “Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por inalcanzable solicitud de sus cuidados. Una mujer que siendo joven tiene reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con un ardor de la juventud; una mujer que siendo ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio y si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños. Una mujer que siendo rica daría con gusto su tesoro por no sufrir en el corazón la herida de la ingratitud; una mujer que siendo vigorosa se estremece con el gemido de un niño y siendo débil se reviste con la bravura del león; una mujer que mientras vive no sabemos estimar, porque a su lado los dolores se olvidan, pero que después de muerta daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla un instante”.