Confirman las investigaciones que los estados de ánimo, como el mal humor en las personas, pueden ser contagiosos, incluso lo imposibilitan para el desempeño de las actividades; y puede extenderse a quienes rodean a este tipo de personas sin ni siquiera darse cuenta. El problema más grande es que estas personas se vuelven insidiosas.
El buen humor también es contagioso, pero no es lesivo; al contrario, es fuente de salud. A estos síntomas dañinos del mal humor se acomodan muchos hombres que viven en la sociedad, para con sus fingidas sutilezas causar grandes, graves e irrecuperables daños; las posibilidades de destruir sutilmente a alguien dentro de la sociedad son muchas, pero actitudes de esta magnitud ponen en tela de juicio a ese ser enfermizo de todo lo que hace.
Este fenómeno es expansionista, en todo el mundo, pero nadie se ha atrevido a aseverar, menos aceptarlo quienes sufren estos trastornos que diariamente lo observamos en los actos que retuercen el intestino a aquellas personas que no tenemos estos aberrantes síntomas.
Agresiones verbales, físicas, materiales, morales, son las que a diario caracterizan a una persona con estado de ánimo malhumorado.
Son tan inocuas sus actitudes que no les importa hacerse pasar por hombres que practican la palabra de Dios y se crucifican, si es posible, en nombre de Dios; cuando en el mismo acto en el que pretenden hasta inmolarse, están cometiendo el más grande de los perjurios, dándose a conocer como el peor de los Judas y fariseos.
De estos seres en su gran mayoría está envuelta la sociedad, y muchos malhumorados se encuentran, inclusive, desempeñando altos cargos jerárquicos, que los aprovechan como todo común delincuente para saciar sus malos humores, causando daños irreversibles a terceras personas, mancillando la honra, la honorabilidad y el buen paso que tienen dentro de la sociedad.
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