Este generoso calificativo del presidente de la República es un tanto comprensible, dado a su alta y complicada investidura que le obliga actuar con la más prudente diplomacia, sobre todo tratándose de relaciones internacionales. Pero, parecida reacción no pueden tener los demás ecuatorianos al referirse a la bestia ibérica que agredió física y verbalmente a nuestra indefensa compatriota, solamente para descargar su ritual de odio racista y a la vez para que su enfermiza cobardía quede grabada ante la comunidad mundial. Es que un verdadero hombre, orgulloso de su hombría, no ofende de ninguna manera a la mujer menos a una menor de edad.