Todavía existe prejuicio para las personas que impregnan en su piel sentimientos, razones de fuerza, recuerdos o motivos netamente estéticos; por lo generan son etiquetados peyorativamente, sobre todo en el ámbito laboral: poco serios, tal vez violentos, quién sabe revoltosos, entre otros paradigmas poco acertados. A su vez, cuántos de nosotros conocemos a personas que han aplicado este arte milenario en su cuerpo y son candidatos idóneos para un puesto de trabajo, pero han sido rechazados por su apariencia.
Sí, el tatuaje continúa siendo un tabú en las empresas cuyas líneas clásicas impiden adoptar “la desconfianza” que implica esta práctica; aunque sea aceptado en áreas asociadas a la creatividad. El tatuaje no es una costumbre nueva, se remonta a miles de años atrás y de acuerdo a la cultura atesora diferentes significados: Otzi, la momia más antigua de Europa, tenía en su piel sesenta y un tatuajes, los que al parecer eran medicinales al corresponder a una técnica terapéutica para el dolor provocado por sus enfermedades; en Nueva Zelanda, en cambio, la cultura indígena maorí se tatúa el rostro como símbolo de pertenencia, nivel social e identidad; y en la Amazonía las culturas originarias graban sus rostros y cuerpos para sanación, protección de espíritus y para emular la fuerza de animales sagrados y de la naturaleza.
Como vemos la motivación del tatuaje, en estos casos, está muy alejada del estereotipo de violencia, inseguridad, o poca seriedad al que se tiende a asociar; antes bien refleja lo contrario: una costumbre con carácter, identidad y simbolismo.
Por supuesto que no podemos decir que todo el que se tatúa tiene un argumento; a veces cuando preguntamos la razón de tal diseño o el significado de los famosos “tribales” la respuesta alude a la estética básica o la moda.
En cualquier caso, nada nos concede el derecho de anteponer la apariencia a la esencia en el trato social, como bien dice por allí una canción, en otras palabras “el hábito no hace al monje”.
Quizás la incertidumbre que tengo para quien es valiente y capaz de cincelar el cuerpo con aguja y tinta es el hecho de que el tatuaje es permanente, mientras que la mente y el corazón del ser humano son cambiantes; tal vez hoy tenemos una emoción o un impulso vital que queremos impregnar, quién sabe si éste mañana pierde significado o por el contrario terminamos aborreciéndolo; en todo caso quedará allí como par de esa bitácora existencial que registra nuestra madurez y crecimiento.
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