El padre Alonso Ascanio Mendoza desde niño quiso cumplir el llamado de Cristo para servir en tierras lejanas de su natal Tenerife, España: dejó padre, madre, amigos y familiares para cumplir como servidor de los ecuatorianos desde su sitial de jesuita. Nació en marzo de 1930, ingresó a la Compañía de Jesús a los veinte años y arribó a Ecuador en 1954 para continuar sus estudios en el Colegio Máximo de la Compañía. Su ordenación se realizó en Granada, España, el 29 de junio de 1964. Una acción de sus padres que lo marcó para siempre fue cuando se subió a la torre de una iglesia de su pueblo con ansias de estar más cerca de Dios, y sin medir las consecuencias de su osadía. Al ser alertados sus padres, Manuel y Andrea, del peligro que corría el niño Alonso, lo que hicieron fue felicitarlo por la hazaña y pidieron a los preocupados vecinos que lo aplaudieran y animaran a descender: bajó victorioso y cuando ya lo recibieron sus progenitores le dieron una amorosa e inolvidable sermoneada, y no antes ya que podrían asustarlo. Fue orientador espiritual de miles de estudiantes del Cristo Rey desde 1959 y lo conocí cuando cursaba quinto grado. Recuerdo que al terminar el año lectivo, durante la sabatina, pasó junto a la banca donde estábamos varios alumnos diciendo sin precisar, que uno de nosotros recibiría diploma de excelencia. La sorpresa fue grande cuando fui llamado a recibir tal distinción. Como profesor de Castellano, además de enseñarnos las rígidas normas de nuestro idioma, nos hacía mentalmente viajar por los caminos del Cid Alfonso Díaz de Vivar, cabalgar junto a Don Quijote de La Mancha para ayudar a los pobres y hacer suyo el amor de Dulcinea, acompañar a la Celestina para lograr el amor entre Calisto y Melibea, o entristecernos con Jorge Manrique con las coplas a la muerte de su padre. Fue el sacerdote amigo que cuando sabía que un ex alumno andaba en situaciones difíciles lo visitaba en su casa para llevarle la orientación espiritual que lo animaría a rectificar su vida; por eso, lo visitábamos sea en la iglesia san José, en el Javier de Guayaquil, o en la casa de ejercicios espirituales de san Agustín donde dirigió retiros durante catorce años.