La política está dirigiendo la ciencia cuando debería ser al revés. Al rechazar la ciencia moderna se debe volver a la época de Mahoma. Habría que tirar el plástico, el aluminio y el silicón, ignorar el espacio y los satélites. Sin vacunas, trasplantes y antibióticos la esperanza de vida se reduciría a la mitad. La vida no puede orientarse alrededor de la ciencia y sus frutos mientras no se acepta lo que nos dice sobre la situación mundial actual y las crisis que se avecinan. La ciencia no puede resolver el sexismo, el racismo, la codicia, la corrupción o la perversión que conciernen a la esfera moral. El corazón y el alma de hombres, mujeres y niños deben ser atendidos a través de instituciones culturales como la Iglesia, la escuela, la comunidad y la familia. Pero no se debe abandonar la base monumental que los grandes sabios de la historia construyeron para describir y comprender nuestro universo. El método científico funciona porque se basa en la realidad y todas sus conclusiones se pueden replicar en cualquier lugar con idéntico resultado.
La ciencia no se opone a la religión ni la contradice. Los líderes religiosos desde el Papa hasta el Dalai Lama creen en ella. Científicos como Newton, Galileo, Einstein, Darwin, Heisenberg, Leibniz, Alberto Magno y Babbage creían en Dios. Tampoco está en conflicto con la sabiduría ancestral. Quizás el Gran Gurú no pueda salvar su negocio fallido, pero científicamente se ha confirmado que la corteza del árbol de quina-quina cura la malaria y el taxol cura algunos cánceres. La ciencia es simplemente prueba y error, que los indígenas han practicado durante milenios. La ciencia si está en conflicto con la superstición, las afirmaciones falsas y cada vez más con la política. Por eso los países que no basan su respuesta al coronavirus en conocimientos científicos fiables están sufriendo cientos de miles de muertes innecesarias.