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Me quedo en casa
Me quedo en casa
Por: Childerico Cevallos
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Domingo 22 Marzo 2020 | 04:00

Afuera está la silenciosa pero implacable, fatal y hambrienta parca, esperando que le ofrezcamos tributo a nuestra irresponsabilidad y soberbia.

Está disfrazada de un organismo malévolo que puede ser y estar en cualquier lado, cubierta de cualquier cosa;  tranquila, rodeándonos en procura  de que nos impacientemos, que nos descuidemos para inocular su terrible mal.
Pero nosotros amamos la vida, a nuestros familiares, amigos, conocidos; a nuestros semejantes y al mundo entero. Y no queremos perderlos ni que nos pierdan quienes nos aman.
Personalmente, como todos, no pretendo fundirme, aún, en lo inconmensurable del infinito. Ya me llegará la hora de partir, pero no tengo la menor idea de apurarla. Hay que darle una mano a la vida para asirnos a ella como el mejor regalo que  Dios nos ha dado. Un acertado pensamiento señala que el hombre nacer no ha pedido, vivir no sabe y morir no quiere. Es que la grandiosidad de la procreación, lo puro de la gestación y lo bendito del nacimiento, muestran al ser humano lo hermoso de la existencia y su papel especial en la sobrevivencia de la especie.
Y luego nos queremos quedar largo, formando parte de aquella legión inmensamente mayoritaria de gentes que han sentido, desde el mismo respiro inicial, la  obligación de vivir para servir y querer.
Es cierto que hemos nacido para existir todo el tiempo que el Creador lo permita, ni más ni menos;  pero está también en nosotros defender ese lapso establecido, justificándolo lo mejor que podamos.
Por ello, ante el avasallador paso del coronavirus COVID-19, peste mundial que ha cobrado más de 11.000 muertos, contagiado a cerca de 266.000 personas en 171 países, debemos estar encuartelados en nuestras casas, protegiéndonos del invisible enemigo - silente pero artero - que mina todo espacio posible para hacer explotar su carga biológica, contaminando lo que le sea brindado como área para esparcir su maligno efecto.
Por eso debemos estar en cuarentena voluntaria, haciendo acopio a nuestra obligación de humano, a nuestra responsabilidad social, a nuestro deber ciudadano y, sobre todo, a nuestra necesidad de protegernos para proteger a nuestra comunidad.
Hay que demostrarle al mundo que unidos podemos derrotar al mal, salvando nuestras vidas para salvar la de los demás. Es hora de practicar la petición de Cristo de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Abramos la mano a la vida. Cerrémosla a la muerte.
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