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Guido Álava Párraga
No había nadie escuchando

“Todo estaba dicho, solo no había nadie escuchando”. Este pensamiento del escritor francés André Giré (Premio Nobel 1980) lo leí hace 20 años. Se me grabó para siempre, lo medité una y otra vez, llegué a creer, desde entonces, que encierra una gran verdad.

Domingo 25 Agosto 2019 | 04:00

Diez años después cuando me interesé en escudriñar las sagradas escrituras bíblicas, especialmente el evangelio del maestro Jesús (fuente inagotable de maravillosas verdades y guía para una vida plena), me dije a mi mismo: ¡Es cierto! Todo lo necesario para que la raza humana haya podido vivir en abundancia de paz, amor y justicia ha estado dicho desde hace siglos, solo que nadie lo ha escuchado para ponerlo en práctica.
Una cosa es oír y otra escuchar. Cuando alguien está hablando, nuestro oído capta las ondas sonoras (oye), pero nuestro cerebro interpreta el contenido y nosotros recién discernimos (escuchamos) lo que la persona está expresando, y decidimos responder o atender lo que nos solicitan. De ahí se dice que el oído nos aporta las funciones de oír, escuchar y atender. Muchos solo oyen, pero no escuchan ni atienden; esto es lo que ha estado ocurriendo con las verdades bíblicas, igual que con las verdades científicas, se han oído, pero no escuchado.
En miles de veces he visto gente que ha oído buenos consejos y enseñanzas, por ejemplo, en mi profesión de médico muchos pacientes oyen  las instrucciones médicas, pero no las ponen en práctica, pagando serias consecuencias en su salud. 
De igual forma, he conocido mucha gente enseñada en las verdades, consejos y mandamientos bíblicos y no han tenido el acierto de creerlas y aplicarlas, viviendo por esta razón vidas destrozadas en lo físico, emocional y espiritual, hundidas entre el odio, la violencia, la ansiedad y la amargura.
Confieso que el profundizar en el conocimiento de aquello, dicho desde hace dos mil años por el Maestro Jesús, me ha dado un gran impulso para aplicarlo en mi vida diaria y me ha animado a dejar de lado para siempre la manera equivocada de ver la vida mía y la de los demás, de tener y defender conceptos sin sustentos bíblicos, de tomar la verdad de Dios a la ligera y como cosa pasada de moda.  Hoy, gracias a haber pasado a escuchar y practicar el poderoso conocimiento bíblico, mi forma de pensar y actuar es otra; tengo nuevas convicciones como esposo, padre, ciudadano y, sobre todo, del valor de la familia. Creo que esta es la estructura de la sociedad que debemos restaurar con urgencia basados en la perspectiva con que el Creador la constituyó. Es imposible un mundo con sociedades justas sin familias armónicas con Dios y entre sus integrantes.
 
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