Y llegó la hora de lo banal. Julian Assange pasea en patineta en ropa interior por los pasillos de la embajada de Ecuador en Londres. ¿Qué puede hacer un hombre encerrado? Tal vez era mejor que vistiera de etiqueta todos los días a las cinco de la tarde para tomar el té y ser fiel a esa tradición británica. Y llegó la hora de las revelaciones. De las discusiones de Assange con funcionarios ecuatorianos. Durante siete años encerrado, con los policías ingleses afuera en la calle, dándole cacería, ¿qué se espera? La convivencia humana no es una luna de miel. Y llegó la hora de hablar de dinero. Dice el Gobierno, dice, que seis millones de dólares costó la seguridad de Assange. Que con eso se podía construir escuelitas. Claro que sí. ¿Y el valor de la libertad? ¿Cuánto cuesta eso, señor Gobierno? Y llegó lo que se esperaba. Julian Assange, ciudadano ecuatoriano, sacado de la embajada por la Policía inglesa. 

Y llegará el día de los Derechos Humanos y el Día del Periodista, y muchos de los que aplauden esa detención darán discursos sobre la libertad de expresión. Y yo entonces cambiaré de canal en ese momento.