La mujer, de 67 años de edad, habita en la parroquia Picoazá, de Portoviejo, y recuerda que aquel día su nieto salió a la calle a bañarse en la lluvia junto a unos amigos.

De un momento a otro el menor desapareció del barrio, lo cual no llamó la atención de Manuela, ya que su nieto Fernando siempre recorría las calles mientras jugaba.

Pasadas las 17h00 el menor no aparecía y Manuela empezó a preocuparse, pero nunca se imaginó que su nieto engreído ya había muerto.

Según la versión de personas conocidas, el menor falleció porque tocó un cable con electricidad en la calle, sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, esta historia no convence del todo a Manuela.

Sentada en el portal de su vivienda, aún mira hacia la calle principal del barrio pensando que Fernando regresará.

“Él siempre salía a jugar aquí con sus amigos porque se crió en mi casa”, dice la abuela.

Manuela cuenta que tiene doce nietos y que todos le recuerdan a Fernando.

“Cuando llegan a la casa y empiezan a jugar me da la impresión de que mi nieto está aquí junto a ellos”, acota.

Pese al tiempo que ha pasado de aquel suceso, Manuela dice que aún no supera la partida de su nieto adorado.

Es por eso que en un costado de la vivienda hay una gigantografía con la imagen de Fernando.

Manuela dice que esta es la mejor manera de rendirle un homenaje al ángel que los cuida desde el cielo.

“Siempre lo recordaré como un niño tranquilo, responsable y que le gustaba estudiar. A él no había que obligarlo para que agarrara los libros y se pusiera a leer”, señala la abuela.

Manuela asegura que los padres del menor prefieren no recordar cómo murió Fernando, es por eso que cuando algún vecino les pregunta sobre este suceso, la abuela es la encargada de dar la cara y contar lo poco que sabe del caso.