Muchos niños y adolescentes están clavados en sus teléfonos inteligentes, viven atrapados por la tecnología, hábito que en ocasiones los mantiene presos en sus propias casas. Antes rogábamos a nuestros padres para salir a jugar a la calle, ahora muchos padres obligan a los hijos a compartir con sus compañeros para que no se queden aislados con la tecnología. Entonces recuerdo mi infancia. ¡Qué diferente era! Fui de los niños que jugaron bolichas, jugué con una llanta a la que le ponía agua en su interior y dos palos a los costados para empujarla, y con la boca hacía ruido de carro; corría y sudaba como no tienen idea. Jugaba pelota en una cancha de polvo, o en la calle, si me hacía una herida me colocaba un poquito de tierra y asunto arreglado. También jugué trompo, al cogido, a las escondidas, y con varios de mis amigos construimos carretas de tabla con rulimanes y nos lanzábamos desde el Centro de Salud en la calle 9 de Julio hasta la avenida Metropolitana. Son juegos y una experiencia que ningún aparato tecnológico superará.