La primera vez que me despidieron de un periódico, fuimos luego a emborracharnos con los compañeros de la redacción. En el bar se quedó parte de la desnutrida liquidación que recibí. No faltaron los abrazos de solidaridad, palabras de aliento y algunos “nos veremos después”. No hubo más después. Mis excompañeros siguieron en lo suyo y yo me convertí en un desempleado. Luego conseguí trabajo y ya llevó 17 años como periodista. La semana anterior una amiga fue despedida injustamente del medio en el que trabajaba. Ella resumió en su muro de Facebook los cinco años que estuvo en ese periódico. Más que quejas contra quien la despidió, escribió sobre el tiempo que fue reportera. Escribió sobre los kilos de más que tiene por comer en la calle, las personas que conoció, los momentos que dejó a su familia por una cobertura. Resumió lo que nos pasa a muchos. Tal vez ella escuchó durante ese tiempo esa frase típica de “por gusto te sacrificas por ese periódico, si tarde o temprano te van a botar”. No se puede hacer periodismo de verdad si uno no se entrega. Pero también sé que más allá de nuestro oficio hay una vida. ¿Cuál es el equilibrio?: uno lo decide.