La continua llegada de venezolanos al país está alterando la situación interna de Ecuador. Y de manera significativa, porque la llegada de ciudadanos de esa nacionalidad es de tal proporción que están copando los puntos de control migratorio, especialmente en la frontera con Colombia.
Familias enteras hacen cola para lograr el pase de entrada a nuestro territorio, pernoctando en condiciones lamentables al dormir en las veredas por dos o tres días, bajo un clima a veces de seis grados, lluvioso y casi sin alimentos. Aquello constituye un drama humano que se repite en la terminal terrestre de Quito, aunque en menor proporción, lo que ha puesto en movimiento a entidades de ayuda social y a personas caritativas, que hacen supremos esfuerzos por brindarles atenciones básicas.
Pero a esto se suman otros vectores de mayores riesgos al detectar en emigrantes enfermedades como la fiebre amarilla, el sarampión, desaparecidas en el país hace muchos años, que contribuyen a la declaratoria de emergencia en puntos de las provincias de Carchi, Pichincha y El Oro.
El gobierno está en apuros y los ecuatorianos a prueba en su solidaridad, en situaciones que no son las mejores ni para los mismos nacionales, pero que constituyen retos a la hermandad y a la comprensión humana.
Entonces, hay que empezar a hacer conciencia de que, de a poco, el problema no solo será administrativo sino de convivencia social, requiriéndose el aporte de todos hasta que se logre la solución final.