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Trabajo
Portoviejo: Las chicas trans trabajan como en Europa

Van a ser las 7 de la noche y “Lluvia” va retrasada. Camina presurosa por el colegio Portoviejo, rumbo a las calles 9 de Octubre y Olmedo.

Jueves 02 Agosto 2018 | 09:30

Sus tacos altos chocan contra el asfalto y causan un ruido de cabra en portal. La minifalda que se le sube por acción de los muslos, la retrasa y cada medio minuto debe bajarla con las dos manos. Sus labios están rojos como una rodaja de sandía y aún así, cuando llega a la esquina, saca el labial y los vuelve a retocar.

En el sitio ya la esperaban. Fransheska, Adriana y Sol, como identifica a sus “íntimas”, sin anestesia le recriminan por su atraso.  Ya hay cuatro, pero aún faltan tres de sus compañeras, aquellas que cuando el sol se oculta en la capital manabita empiezan a llegar a la esquina de la ilusión. 
Los siete nacieron como hombres, pero en el camino fueron descubriendo su tendencia. Actualmente de Luisito, de Carlos o de Jordan ya no quedan sino las fotos escolares o en los recuerdos de sus padres, ahora son “señoritas”, en algunos casos con cuerpos curvilíneos que visten faldas cortas y blusas ochenteras. Una cartera, imitación de Coco Chanel, complementa sus vestuarios.
El trabajo.  Llegaron a esa esquina hace poco más de un año, siempre en la noche. Aseguran que la crisis económica los empujó al negocio de alquilar pasiones por horas.
Las luces de los carros que apuntan a sus caras maximizan sus maquillajes. Quienes saben de su actividad y buscan sus servicios  tratan de llegar en sigilo, se estacionan a un costado y de inmediato todas se promocionan cual catálogo humano. La que tiene suerte se va con el amante ocasional. 20 dólares cuestan sus servicios, aunque a veces se tienen que bajar a 15, eso sí, el cliente debe pagar la habitación que generalmente está en la vía a Manta.
Mencionan que las que no tienen suerte en gabinetes de belleza o en restaurantes se deciden a llegar al lugar “para no morir de hambre”. En una buena noche pueden hacer hasta 80 dólares.
En otro sector de Portoviejo, Aitana, una trabajadora de 1,75 metros, menciona que la moda de vender amor es relativamente nueva en la ciudad, y llegó con los primeros gais que regresaron de Europa. Recuerda con nostalgia que en Ámsterdam o Bruselas viven en un paraíso con este tipo de negocios, donde, en el caso de ella, podía sumar hasta 6 mil dólares por mes; sin embargo ahora está en Portoviejo, donde no se para en las esquinas, sino que recibe a los clientes en su departamento adecuado con luces tenues, máquinas de gimnasio y otros artículos para alegrar a quienes llegan.
Ginger, quien también trabajó en Europa, señala que esta debe ser vista como una actividad cualquiera. Pide que se deje el estigma y pensemos como los habitantes de Barcelona, en España, donde nadie lo hace a escondido, indica, y agrega que esa tendencia de buscar nuevas emociones es lo que hace que cada vez más hombres prefieran sus servicios. Menciona que ellas les ayudan a realizar una fantasía erótica que no se atreven en sus hogares.
Estas trabajadoras, que se identifican como transexuales, dicen que no buscan incomodar, por eso no molestan ni se pelean con nadie. 
“Respetamos el espacio de las demás trabajadoras sexuales, solo hacemos lo nuestro porque es un servicio que la sociedad cada vez lo pide más”, aseguran mientras la noche de verano va enfriando el ambiente y las cariñosas se empiezan a retirar a sus casas.
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