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SANTA ELENA.
Comuna nace del agua

Surgió como un pequeño caserío en medio de dos ríos que cobran vida en invierno y se esconden en verano.

Jueves 02 Agosto 2018 | 04:00

Solo quienes viven allí conocen el camino que toma por estos días el caudal del Colí y cuál es el cauce del Culebra. 

“Esas son nuestras mangas, ese era el nombre que les daban los antiguos a nuestros ríos”, dice Ángel Merchán, el presidente de la comuna Dos Mangas, en un reportaje publicado en diario El Comercio. 
A 7 kilómetros del océano Pacífico, en la parroquia Manglaralto de Santa Elena, este poblado se camufla con el bosque húmedo tropical que cubre la cordillera Chongón-Colonche. 
Los techos de las casas están revestidos de musgo, al igual que las rocas y los árboles que hay en la montaña. 
Los comuneros custodian 2.800 hectáreas, protegidas desde 1999. La agricultura fue por años su único ingreso, pero también les trajo destrucción.
A inicios de los 80, la deforestación y el devastador fenómeno El Niño obligaron a reasentar el poblado en un terreno alejado de la confluencia de los ríos. Desde entonces ni un árbol más fue talado.
Sandro Tigrero lo narra como si fuese una leyenda, mientras una intensa garúa cae sobre la reserva. Las gotas resuenan con fuerza, pero los frondosos guayacanes, higuerones y guarumos forman un paraguas impenetrable.
 
>RESERVA. Sandro es uno de los 18 guías nativos de Dos Mangas, donde antiguamente habitaron los Valdivia, Chorrera y Manteños. Todos tienen esa sabiduría que les dio el bosque, con la que cautivan a los visitantes para internarse en las dos rutas que atraviesan la reserva.
El recorrido parte del viejo asentamiento comunal. Hacia la izquierda se abre el sendero de Las Cascadas, rodeado por susurrantes caídas de agua. Hacia la derecha está la ruta de Las Piscinas, con 24 estanques cristalinos, de hasta 4 metros de profundidad.
Cada sendero puede tomar cuatro horas de caminata o un poco menos si se cuenta con la compañía de Olmedo o Cesáreo, parte de los 40 caballos que cuida Efraín González para los paseos. “Todos son amigables y 4x4”, dice sonriente.
El tiempo parece detenerse ante la exuberancia de este paisaje, que cada año atrae a unos 5.000 visitantes, locales y extranjeros. Llegan de países tan extremos como Nigeria y Australia, también de Estados Unidos y Europa. 
 
> NATURALEZA. En la entrada a Las Cascadas, junto al río Culebra, las palmas de tagua se abren como abanicos. “Ahí dentro está el resistente marfil vegetal”, indica la guía Soraida Tigrero, mientras apunta a un cogollo negruzco.
Los comuneros recolectan las pepas que se desprenden para sus artesanías; el resto será el alimento de varias especies. Con ese mismo cuidado cosechan las 600 hectáreas de paja toquilla para hacer tejidos.
El suelo húmedo está siempre cubierto con helechos que se expanden formando una alfombra. Las filas de hormigas arrieras obligan a mirar al suelo cada cierto tiempo, para no cortar su metódico trabajo.
Entre las ramas cubiertas de orquídeas revolotean colibríes. En medio de la quietud sobrevuelan tucanes.
Incluso, si se guarda silencio, es posible ver a las esquivas guatusas que atraviesan fugazmente los senderos; o a los monos aulladores que mordisquean en lo alto las hojas maduras de los guarumos.
Sandro dice que esta es solo una parte del tesoro natural de Dos Mangas y anima a los caminantes a seguir avanzando.
Después de 6,5 kilómetros, el eco del agua golpeando las rocas se torna intenso. Al final de una escalera de piedras se dibuja una serpenteante cascada, de unos 75 metros de altura. “Nace de arriba, de una piscina natural -menciona Sandro-. De aquí se nutren los riachuelos que luego irán al Culebra”.
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