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A sus 97 años aún teje para ayudar a su familia

Cada día Pilarcita Vélez se levanta a las 4 de la madrugada. Hace sus oficios y apenas empieza a clarear ya está tejiendo sombreros.

Domingo 29 Julio 2018 | 12:00

Tiene 97 años y una vitalidad que asombra. No usa lentes, ni audífonos, ni siquiera zapatos, lo único que nunca deja son  sus ganas de ser útil. En realidad eso no es una opción para ella, pues la casi centenaria mujer es quien, con su ancestral labor, genera recursos económicos para su hogar, compuesto por cuatro personas,

Su historia más parece sacada de un libreto de La Rosa de Guadalupe, aunque hasta ahora sin el final feliz del viento salvador que sí tiene la afamada serie. Vive en una pequeña casa de caña en el sector San José de Picoazá, entrando por Mejía. Allí está cuidando aún a su hija María Guillermina, y a sus nietos Yomaira e Ignacio Mero. Su esposo murió hace 32 años.
El trabajo.  Su hija, María Guillermina, fue abandonada por el marido cuando los dos niños estaban pequeños, y además, por un problema de glaucoma, perdió la visión.
Mientras que su nieta Yomaira, de 34 años, sufre de ataxia (degeneración cerebelosa), una enfermedad grave que ya no le permite caminar. Entonces, solo ella y su nieto Ignacio están bien. Sin embargo, el joven es quien cuida de las tres mujeres, por lo que no puede trabajar. 
Así, todos los días Pilarcita se ubica sobre la pechera de madera que se utiliza para hacer sombreros, inclina el cuerpo y empieza a darle forma a la paja toquilla. Los sombreros los termina de acuerdo a la intensidad de su trabajo, a veces trabaja en la mañana, tarde y noche. 
Es una experta con más de 80 años en esta labor y les da toques y ribetes coquetos que buscan llamar la atención de posibles compradores. Cada 15 días termina cinco sombreros.
No obstante, lo que recibe por su dedicada labor no es mucho. Los sombreros pequeños de mujer se los compran en 1,50 dólares, mientras que los grandes, denominados “pava”, se los reconocen en 6,50 dólares.
Antes un comerciante llegaba hasta su casa a comprar y habían hecho una buena amistad, pero el señor ya murió de viejo. Ahora es Ignacio quien sale hasta la calle Alajuela, del centro de Portoviejo, a intentar vender en los comercios el producto de su abuelita. El día viernes de este reportaje logró 12,50 dólares.
Con el dinero que recauda compra sal, azúcar, fideo y otros productos para la comida, en ocasiones debe hacer estirar los recursos para comprarle la pastilla de la presión a la tejedora. Nunca alcanza para más.
Por ahora los cuatro viven en una casa de caña que les prestó una vecina, pues la villa que tenían y que Pilarcita hizo cuando tenía más fuerzas, se destruyó con el terremoto del 2016 y como en el campo pocos tienen escritura, los organismos gubernamentales no le pudieron construir una nueva.
Aun así esta guerrera no deja de sonreír, habla claro y fuerte y dice que no se siente vieja, al contrario, demuestra que puede tejer sin lentes, aunque reconoce que le duelen las piernas o los huesos.
Señala que para llegar a esta edad sin mayores achaques es importante la alimentación. Ella es fanática de los pescados pequeños, sobre todo de la pinchagua, raspabalsas o caballitas verdes, los cuales prefiere asados y con un buen plátano. Ella tiene décadas sufriendo avatares, pero prefiere distraerlos con una sonrisa.
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