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Poblaciones aún padecen la falta de agua, pozos y ríos son la alternativa

El agua potable siempre les ha sido esquiva, por eso confían más en la que llega de la naturaleza, sin intermediarios ni planillas.

Domingo 29 Julio 2018 | 12:30

Apenas aclara el día, decenas de personas de la cabecera cantonal de Paján hacen fila, balde en mano, para aprovisionarse de agua, un bien de la naturaleza que les llega bajo tierra, según ellos, lista, solo para servirse.

“Mis padres y mis abuelos lo hicieron siempre, nunca la hervían y aquí estamos, sin ninguna enfermedad”, asegura Jorge Mera, morador de ese sector.
Sus palabras encuentran asidero instantáneo en otras personas que se sirven del pozo público, uno de los dos “someros” que existen en la población urbana. Todos asienten con sus miradas y cabezas casi al mismo tiempo.
Ligia Gómez tiene su propio pozo -al que llaman barrenado-, pero también utiliza la de la red de agua entubada o potable que llega desde la planta; no obstante, prefiere la que le llega vía vertiente subterránea porque “es más pura y cristalina”.
“La de la llave, cuando usted la hierve, le queda algo blanco en el borde de la olla, y no tiene un buen olor, la comida no sale buena”, sostiene Ligia, quien aclara que su pozo siempre está operativo, no se ha afectado ni siquiera con la sequía tenaz de los últimos inviernos. No duda en sacar agua de su pozo y demostrar que no tiene la mínima impureza con un “pruébela si quiere”.
 
En el campo. Lo de los pozos familiares no es ninguna novedad en Paján, más todavía en las comunidades rurales, en donde el agua de los ríos ha sido utilizada con un afán de similitudes poco vistas.
Flérida Flores habita en la comunidad Sagrado Corazón de Jesús, no muy lejos de la cabecera parroquial, en donde la vegetación “verdea” el entorno con decidido ahínco.
“Yo siempre me he servido del agua de pozo. Nunca la he hervido ni pasado por filtro. Esa agua es purísima”, precisa doña Flérida, quien también consume agua de bidón potabilizada. “Más antes, cuando era pequeña, todo era agua de río. Todo se hacía con eso”, asegura.
Muy cerca de ella vive Eulogio Morán, una de cuyas rutinas es precisamente esa: ir al río cada 15 días y traer el agua para la subsistencia de toda la familia, niños y grandes.
Lo hace en bicicleta -el burro es una especie en extinción por la zona- y recorre cerca de 200 metros hasta llegar al río Colimes, del que no saca agua directamente, sino de unos pozos adyacentes, cavados en la misma tierra.
¿Y acaso no es la misma agua? “Sí, pero esta es más pura, porque pasa como filtrada”, dice Eulogio, quien se toma varios tragos con un recipiente amarillo, como para celebrar el milagro del agua recibida. “Es realmente fresquita. Toda la vida la hemos consumido, extensamente...”.
 
Más adentro. En Las Anonas viven María Reyes y su esposo Stalin, del mismo apellido. Al igual que todos los habitantes de esa comunidad, tienen sus propios pozos, aunque antes -“siquiera 100 años, según ella”- usaban el agua de un pozo que está en la calle, aún con agua.
“Está un poco sucio, descuidado, no se le ha dado mantenimiento”, dice María, otra convencida de que lo que la naturaleza da siempre es saludable.
Mientras algunos afirman que el agua de pozo es salobre y no apta para ciertos menesteres, otros indican que es buena, tanto como la de río.
A pocos kilómetros de allí, no es coincidencia que la capilla se llame Virgen de Agua Santa, porque la pileta de agua está justo frente a ella y aunque esta no echa agua bendita, bien les sirve para vivir.
Pese a estar algo oxidada -tiene 57 años de vida y de uso- la comunidad se sirve de ella con el mismo entusiasmo del tiempo de los abuelos.
Juan Poveda Cobos es uno de los que a diario solicitan agua por medio de una palanca bien engrasada, como para que los niños puedan maniobrarla sin esfuerzo.
“Ya sea de pozo o de río el agua es buena, no es necesario hervirla porque viene al natural, sin suciedades”, precisa don Carlos, mientras coloca una botella plástica, a manera de embudo, en una de las pomas que va a llenar.
De todos los consultados, tanto en el área urbana como en la rural, ninguno recuerda haber pasado por un consultorio a causa de ese consumo.
Controles. El ingeniero Javier Villegas es  el químico responsable de la planta de agua potable de Paján. Según él, el monitoreo del agua es todos los días, cada dos o tres horas. En su laboratorio se mide la conductividad, la turbiedad (NTU) y la salinidad. Puesto en escena, hace la medición y análisis del agua, con lo que demuestra que el agua de pozo o de río no es apta para el consumo humano.
Tosagua. Aunque su nombre termina en agua, en el cantón Tosagua no todos tienen el beneficio de consumirla potabilizada. Teresa de Jesús Delgado vive en el sitio San Ramón, en donde toda la vida han consumido agua de pozo y de río.
“Antes cogíamos agua del río Carrizal, pero este se secó; entonces tuvimos que hacer el pozo para coger agua y usarla en todo servicio”, cuenta la señora.
Al igual que ella, Mercedes Vera recuerda que, cuando fue el terremoto, “todo mundo se servía de su pozo. Incluso hoy, cuando no hay agua, la gente viene de otros lados”.
Dice, con mucha seguridad, que “el gringo Gregory, de la fundación Rosa de Edén, hizo un análisis del agua y salió buena”. Hoy, ni el gringo ni la fundación están. 
En junín.  Lucía Rosero y Layda Quiroz comparten un pedazo de cerro en el sitio Los Andarieles, más al norte. Todos los días caminan cerca de 100 metros, en bajada, hasta llegar al lecho de un estero que nace en Dos Bocas. Allí, en pequeños baldes, llevan agua para todos sus fines: cocinar, beber y lavar.
Químicos. Para bañarse lo hacen allí mismo, aunque tienen un pequeño inconveniente que se les ha presentado desde hace cierto tiempo, les causa una tenaz picazón y las enroncha. Ellas creen que es a causa de que los agricultores de la parte de arriba lavan recipientes con desechos químicos que usan en sus maizales. Por eso el agua para beber y cocinar la cogen de unos pozos hechos al borde del estero, adonde llega “filtrada”, según su creencia.
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