Es una tendencia natural de casi todos los políticos el imponer su agenda a los medios de comunicación y sus periodistas; es decir escoger los temas, los formatos y los horarios convenientes a los objetivos de sus plataformas, bien adobados de civismo o defensa de los altos intereses nacionales.
Y es una conducta usual también, desgraciadamente, en muchos dueños de medios de comunicación, empresarios de la comunicación realmente -en especial cuando no son periodistas, sino inversionistas- avenirse a las exigencias de esos políticos para exigir, si ganan, reciprocidad en negocios; y si están simplemente en competencia, publicidad preferente -abierta y camuflada- en sus espacios.
Me tocó enfrentar varias veces esos fenómenos en la televisión nacional. En la mayoría de casos, felizmente, mis jefes no cedieron: la Cámara de Industrias en Quito encabezó en 1978 un boicot contra un programa de investigación que yo conducía, por denunciar colorantes cuestionados por el Instituto Izquieta Pérez en la Fruit. Y otro gremio pidió mi salida por comunista, tras cubrir una huelga indígena en la hacienda Llin-Llin de Chimborazo. Seguí en canal 8 de Quito (hoy Ecuador) hasta 1980.
No corrí la misma suerte en 1984, cuando León Febres Cordero hizo saber a Nahim Isaías que escogiera entre parar los redescuentos a su banco o ese comunista. Eso, tras una entrevista a Marcel Liniado, fundador del Bco. del Pacífico y su 1er Min. de Agricultura, a quien pregunté cómo iba a sacar adelante su cartera si no había podido con su banco al requerir miles de millones de sucres en préstamos de emergencia del Bco. Central. Renuncié: comprendo que usted no puede arriesgar su banco por mí, pero yo tampoco cambiar mi línea por su banco, dije a Nahim.
Pensé que un “canal de provincia” como Manavisión era más vulnerable por ser menor su estabilidad y precario su financiamiento. Tenía apenas dos años allí y era mi primera experiencia al frente de una elección nacional con ellos en 1988. El líder del PRE desarrollaba su primera campaña presidencial y exigía concretar su comparecencia en “Una noche con Manabí”, después de Rodrigo Borja, en otro día y otra hora, por tener ya compromisos pautados en su gira de campaña. No acepté; él solicitó ser recibido entonces por el dueño.
Un gran amigo de Pedro y mío, quien por entonces no incursionaba en el mundo que luego lo perdió, César Fernández, gestionó la cita.
-Yo no recibo a nadie los viernes a las 9 pm.
-Te lo estoy pidiendo por mí Pedrito, no por él. Solo 10 minutos.
-OK. Que quede en claro que es por ti.
Abdalah Bucaram Ortiz llegó acompañado solo de Alfredo Adum Ziadé y, por supuesto, César. Expuso sus motivos con severidad pero sin altisonancias. Consideró que favorecíamos a Borja programándolo después de él. Explicó la anterioridad conque había comprometido su presencia a esa hora de la noche en varias ciudades de Manabí. Dejó en claro que su prioridad era el contacto con la gente no con los medios. Y que, además, yo armaba así el calendario para perjudicarlo.
Pedro pidió que asistiera y estuve allí. Esto oí…
“Mire Ab. Bucaram; yo no acostumbro recibir visitantes a esta hora. Lo hago solo por consideración a este amigo común. Y tampoco acostumbro ordenar a mis periodistas. Carlos Vera tiene aquí libertad para dirigir su programa como quiera y no soy yo quien se lo va a cambiar”.
Bucaram se puso de pie, expresó que entonces no había más que hablar. Así es, respondió Pedro, y se despidieron.
A mí no me anticipó el dueño del canal cuál sería su decisión. Simplemente me requirió estar presente. Me sentí orgulloso de encontrar tanta dignidad e independencia en un “medio chico”, tras haber trabajado antes ya en 4 “grandes”.
La grandeza de Pedro no estuvo en su casi 1.90 mts de estatura y peor en 2 periódicos, 2 radios, un canal de tv y varias empresas de otro tipo, sino en ejercicio limpio de lo que es libertad de expresión.
Ese tenso desencuentro fue un episodio más para probarlo.
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