Su quiosco es la evidencia de los años idos. Las cosas en el oficio no andan bien, contó; sin embargo, dijo que sale a trabajar porque es un hábito que lo mantiene vivo. 

Él, a pesar que los años mozos se fueron con los calendarios, tiene la fuerza necesaria para seguir activo.

“Nada es como antes. En mi juventud, Vinces era una ciudad pequeña, pero bonita.  Las lanchas Sudamérica, Las Mercedes y otras que no recuerdo sus nombres, llegaban al malecón con grandes cantidades de cacao y con personas adineradas que venían de otras partes muy bien vestidos, con trajes caros de la época”, narró Tobar.

Don Máximo vive en la ciudadela Los Mirtos. Narró que sale todos los días, bien temprano, a su peluquería. Hace dos o tres cortes diarios a USD 1,50, pero eso es lo de menos, lo que él busca en su oficio de años es no quedarse en casa.

RECUERDOS. “Todo lo que usted ve ahora como barrios o ciudadelas eran grandes haciendas, como por ejemplo la Santa Rosa, San Javier, San Lorenzo, San Nicolás, San Antonio, entre otras”, manifestó con voz tenue pero firme el nonagenario, quien tiene nueve hijos y no recuerda la cantidad de nietos.

Relató con nostalgia que desde el año pasado le han robado tres veces sus máquinas para cortar cabello. 

“Son las contradicciones de la vida. Los jovencitos de hoy no trabajan porque es más fácil robarle a alguien como yo, que a mis 92 años todavía tengo fuerzas para hacerlo. Para salir adelante la edad no es impedimento”, expresó.