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El drama y dolor detrás de los desalojos en Manta

En junio han ocurrido dos desalojos en Manta, y en ambos las casas han sido destruidas.

Jueves 29 Junio 2017 | 04:00

Pablo Vergara no tuvo una buena noche. Quién podría tenerla, dice. El martes la casa donde habitaba fue destruida con maquinaria luego de una orden de desalojo y asegura que su familia pasó la noche en la calle. 
Está trasnochado, con el rostro desencajado y los ojos llorosos. “Tengo siete hijos, señor. Siete niños que ahora no tienen dónde dormir”, expresa. 
El martes en la mañana, varios policías llegaron al barrio Villamarina, donde estaba la casa de Pablo. Tenían una orden de desalojo. Le dijeron que el terreno donde había levantado la vivienda le pertenecía a otra persona. 
Pablo asegura que lleva 15 años en el lugar, pero no tiene las escrituras. 

Señala que su familia, como otras en el sector, tomó el terreno y empezó un juicio de prescripción (trámite bajo el cual se busca anular la escritura de un terreno para sacar otra).
El asunto es que Pablo no terminó el proceso y ahora está en la calle, con todas sus pertenencias en el suelo, con sus siete hijos menores de edad a la intemperie. “No me dejaron sacar el  zinc o las cañas para armar la casa en otro lugar, me destruyeron todo, hasta un tanque de plástico en el que almacenaba agua. Eso es un abuso”, indica.
Legalizaciones. Lo que le sucedió a la familia de Pablo es solo un caso entre muchos. 
Líder Suárez, gerente del Registro municipal de la Propiedad, señala que hay problemas con la legalización de terrenos en al menos 10 sectores de Manta, entre ellos El Bosque, Palo Santo y Villamarina. “Se trata de gente que hace 10 o 15 años adquirió un terreno, pero nunca le dieron escrituras, talvez hasta fueron estafados en invasiones. El municipio se ha preocupado por esto, y a esta gente, si es que tiene todo en regla para ser dueña del terreno, se le ayuda”, afirma. 
El funcionario dice que llevan a cabo una campaña  para legalizar predios. Lo hacen con ocho abogados del municipio.  
En el barrio Palo Santo, por ejemplo, se encontraron con personas a las que les habían vendido terrenos en espacios que fueron entregados al cabildo para construir áreas verdes. 
Solo en ese sector unas 35 familias han accedido a escrituras. 
Suárez señala que el problema de Villamarina es que los dueños de estos predios están reclamando ahora sus propiedades, debido a que han adquirido un mayor valor con la construcción de la Terminal Terrestre. “El lugar ya no es el mismo de hace diez años, ahora hay una Escuela del Milenio, hoteles y carreteras amplias”, explica.
Hace tres semanas a Enrique Cedeño también le tumbaron la casa. 
Él vivía en Costa Azul, frente al barrio Villamarina, y,  al igual que la vivienda de Pablo, la suya fue derribada con una maquinaria. La diferencia es que él no alcanzó a sacar nada, asegura. 
El trámite. Enrique Cano, intendente de Policía, dice que hay varias vías para ejecutar un desalojo: uno a través de la Intendencia y otro a través de la vía judicial, en juzgados. El caso de Villamarina, indica el funcionario, no fue tramitado a través de esta entidad. 
Cano agrega que cuando    la Intendencia da paso a un desalojo hay varios procedimientos que cumplir.
“Se recibe la queja, se oficia al comisario, hay diálogos, informes, y se da un tiempo para que se defienda el acusado. En este proceso está permanentemente enterada la persona. Nuestro rol siempre ha sido preservar el derecho ciudadano, y tratamos de buscar una solución”, indica. 
Tatiana Zambrano, directora del Patronato Municipal, comenta que detrás del desalojo de la familia de Pablo hay un drama social “tremendo”. “Hay una madre que llegó con siete hijos. Les estamos brindando atención médica y psicológica. Entregamos comida;  nosotros no podemos dar casas, pero hablamos en la Fundación Rostro de Jesús para que los acoja. Esperamos que la comunidad apoye también a esta familia”, señala. La casa donde vivía Pablo era de caña guadúa y madera. El año pasado hizo un préstamo de cuatro mil dólares al banco para levantar las columnas  y construir el piso de otra vivienda, en el mismo terreno. “Quería darles una mejor casa a mis hijos, y ahora todo quedó destruido, todo mi trabajo, mis utilidades, todo fue derribado por la maquinaria”, indica. 
Pablo baja la mirada. Camina hasta los escombros. Levanta el libro de uno de sus hijos que no alcanzó a sacar. Observa los árboles cortados: el de mango, grosella y plátano. 
Llora. Allí entre los escombros está algo más que su casa. Allí está el trabajo de su vida.
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