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El pueblo de las tumbas vacías

Hace 10 años, cuando Pedro Flores construyó 8 bóvedas en el cementerio de Santa Marianita, repitió aquella frase que tanto le gustaba mencionar en las conversaciones con sus amigos: “Un pescador sabe cuándo sale al mar, pero no cuándo regresa”.

Domingo 01 Enero 2017 | 04:00

Por esos tiempos el cementerio acogía a unos 100 cuerpos. Las cruces estaban clavadas en la tierra y  apostadas en una colina.
Pedro, un pescador jubilado que años después moriría por una enfermedad, solo quería asegurarse de que la familia tuviera un lugar donde ser enterrada.
En ese entonces sus 10 hijos no le encontraron sentido a la construcción de las tumbas, pero la semana pasada dos de ellos, además de dos nietos, fueron sepultados en las bóvedas que Pedro  mandó a construir. 
Los cuatro fallecieron en el  naufragio del barco Don Gerardo II, ocurrido el sábado 17 de diciembre. 
A uno de sus hijos, quien también se llama Pedro, lo hallaron entre los restos de la nave. Al otro, Carlos, aún no lo encuentran, pero el domingo pasado la familia decidió colocar en la bóveda una pequeña caja con una camiseta y un pantalón suyo.
Carlos Flores (55) era un hombre de contextura gruesa y se parecía mucho a su hermano Pedro (53), quien era soltero. Había ocasiones en que hasta los confundían. 
Carlos tiene seis hijos: cuatro mujeres y dos hombres. 
El jueves 15 de diciembre, cuando salió a pescar, llevó a los dos varones: Luigi Jefferson (18) y Carlos Julio (23). Todos debían regresar el viernes pasado para celebrar Fin de Año, pero aquello no ocurrió. 
El barco Don Gerardo II  chocó con un buque mercante, una nave 20 veces más grande que la embarcación de 10 metros en la que viajaban.   
Ese día fallecieron cinco pescadores, 12 regresaron vivos y seis siguen desaparecidos. Cuatro de los muertos y tres de los desaparecidos son de Santa Marianita. 
Entre los que no aparecen está uno de los hijos de Carlos. A él, como a su padre desaparecido, también le hicieron un entierro con una caja y un par de prendas.
Aquello es una costumbre en el sector, señala Pablo Sánchez, el sepulturero del pueblo. 
Lo hacen siempre cuando no logran rescatar los cuerpos de los pescadores. 
Lo que hizo Pedro Flores hace diez años, construir bóvedas para sus hijos, también lo han hecho decenas de familias en Santa Marianita.   
Pablo dice que en el lugar hay 365 tumbas: 185 llenas y 180 vacías. 
El pueblo parece estar preparado para la muerte.   
Fabiola Flores, hija de Carlos, comenta que eso siempre se hace en el sector. “Cuando no encuentran los cuerpos de los náufragos, colocamos algo de ellos en las bóvedas. Es una costumbre, pero igual siempre sentimos que queda como una puerta abierta”, expresa. 
La casa de los Flores está ubicada en medio de una pendiente. El 46 por ciento del territorio de Santa Marianita es así: lomas y quebradas.   
En los últimos días Fabiola ha subido esa colina varias veces para visitar a su madre. La acompaña en el dolor del luto. Se sienta por horas a velar las fotos de su padre y hermanos.
“Antes de irse a pescar mi papá dijo que cuando regresara íbamos a ir a Manta a comprar ropa. Quería el dinero para hacer una cena el 31 y pagar deudas. Debía haber llegado el viernes, aún no acepto que hayan muerto”, señala.
No se resigna a lo que ha pasado. A veces piensa que no están muertos. Prefiere imaginar que siguen pescando y en cualquier instante llegarán a casa.
El esposo de Fabiola también es pescador, y eso es algo que ha aumentado su preocupación.   
“Imagínese, a uno hasta miedo le da de que vayan a pescar. Yo me pongo a  contar los días para que regresen. Para saber si vienen bien. Uno se desespera”, confiesa.
Ella ya le ha dicho que trabaje en otra cosa, que ya no quiere verlo en el mar, pero es como pedirle a un pez que se aleje del agua, dice. Resulta imposible.  
 
>viven de la pesca. Santa Marianita es una parroquia rural de tres mil habitantes y 600 lanchas, ubicado a 14 kilómetros de Manta. 
Está conformado por cuatro localidades: La Travesía de Jome, Pacoche Abajo, Pacoche y San José.   
El 80 por ciento de su población vive de la pesca, pero sus dirigentes quieren apostarle a otra actividad menos riesgosa: el turismo. 
Gerónimo Holguín, vicepresidente de la Junta Parroquial, comenta que hace cinco años 9 de cada 10 jóvenes terminaban la escuela o el colegio y se iban a pescar. 
Actualmente aquello está  cambiando: 7 de cada 10 eligen seguir una carrera y el resto se vincula a la pesca.
La dirigencia quiere aprovechar eso y vincular a los jóvenes al turismo.
“Estamos enfocados. Ya firmamos un convenio con la universidad Eloy Alfaro para un museo en Pacoche. Además en nuestros planteles la gente recibe Turismo como materia”, indica.
En la parroquia todos los años, el 28 diciembre, festejan a los pescadores, pero este año no hubo nada. Suspendieron los bailes y las orquestas. En el pueblo se vive un luto general. 
Es que, según Gerónimo, de una u otra manera todas las familias del sector sienten que tienen un vínculo.
“Aquí todos tienen un familiar pescador y saben lo que se siente perderlo en altamar”, señala.
 
>rosa aún espera.  Ana Flores es hermana de  Pedro y Carlos Flores, quienes fallecieron en el naufragio del barco Don Gerardo II. 
Ella cuenta que esta no ha sido la única desgracia en la familia. Hace 21 años su hermano Lorenzo murió de la misma manera. Un día salió a pescar y nunca regresó. Su barco también naufragó. 
Ana recuerda con nostalgia aquello, pero quien aún lamenta esa pérdida es Rosa Reyes, la esposa de Lorenzo. 
Han pasado 21 años y hasta ahora ella espera algún día volverlo a ver. 
Ahora que la desgracia se ha repetido, su herida ha vuelto a sangrar.
“Aún me parece verlo llegar. Hasta ahora, cada vez que un carro para frente a la casa me asomo enseguida, porque pienso que me lo traen vivo, que él no está muerto”, expresa. 
Rosa y Ana están vestidas de negro. Esta semana ambas permanecían sentadas en una sala velando una foto de Carlos Flores.
Ana cuenta que ha sido muy duro todo lo que ha pasado. 
Rosa, en cambio, lamenta que la historia no termine allí, que en cualquier momento vuelva a repetirse. Cuando su marido desapareció en altamar, ella quedó a cargo de sus cuatro hijos: tres hombres y una mujer. Todos los varones son pescadores.  
“Tengo tres hijos en altamar, imagínese mi incertidumbre. Ya les dije que se salieran de eso, pero es no fácil. Yo quisiera que hubiera sido como ahora, que pueden estudiar y seguir una carrera. Antes no pasaba eso. Los muchachos salían de la escuela al barco”, añade. 
Rosa es una mujer fuerte. Cuenta que desde que enviudó se hizo cargo de las actividades de su esposo. Tuvo que aprender de anzuelos, lanchas y motores. 
Es por eso que tiene suficientes argumentos para decir que el trabajo de los pescadores no es bien remunerado. 
“Les pagan muy poco. Hasta los ojos se quieren brotar a la gente de subir esa albacoras grandísimas. Hay quienes piensan que los pescadores tienen plata, pero son los más explotados”, expresa.
Lo peor de todo, agrega Rosa, es que cuando los barcos se hunden siempre queda la incertidumbre de saber si hallaron o no los cuerpos.
A ella, por ejemplo, le hubiera gustado volver a ver a su marido, aunque sea muerto. Aunque sea en ataúd.  
“Es difícil cuando se muere alguien a quien amas y no tienes un cuerpo al cual rezarle”, dice Rosa con nostalgia. 
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