Tras el 16A, en medio del pánico y con un municipio sin grandes recursos económicos, a los vecinos de Tarqui les inquietaba el desconocimiento del destino final de esta parroquia, una de las dos primeras del cantón Manta, convertida en el gran motor comercial y con problemas de abarrotamiento que no parecían tener solución.
El alcalde, cabeza del cabildo y en quien, de manera justa o injusta, recaen todo tipo de requerimientos y reclamos, no se pronunció en las primeras semanas por la magnitud de los problemas que convergieron en Tarqui, sumados a la evidente falta de fondos. Sin necesidad de preguntárselo, probablemente él recordaba y comparaba el otro desastre que significó la caída del avión en La Dolorosa. La destrucción no terminó el 16A, siguió con el proceso de demolición de hoteles, de edificios modernos en aparente buen estado, pero con fallas internas y estructurales. Quienes se opongan a la demolición de sus bienes después de una inspección de expertos en estructuras, pone en riesgo la vida de los demás y la suya, aún el futuro de su negocio, donde los clientes tendrán temor de ingresar.
En esta parte de tan traumática experiencia comenzó el daño de las especulaciones, que sobrevinieron a raíz de que un alto funcionario del gobierno dijera que una gran zona de Tarqui se transformaría en parque.
Historias de horror originaron la visita no oficial de un monje de religión tibetana, convencido de que la energía pura y limpia es clave para la paz, conforme a la creencia de la mayoría de las religiones asiáticas y que no se diferencian en ello a la paz que predicó Cristo.
Y a estas especulaciones se añade la de que unos chinos, en cuerpo físico, le están dando la vuelta a Tarqui. Es posible que algunos miren con tiempo las posibilidades de inversión en hotelería o en comercio, pero quienes son legítimos dueños de los predios podrán venderlos o no, por ello no se entiende la preocupación que originan los chinos, que tendrán que ajustarse a un más severo ordenamiento de suelo. Ojalá ya no se invadan los portales con llantas, colchones, sacos de arroz, etcétera, con el ejemplo de lo que será una regenerada calle 13.
El asunto se tornó arduo para cualquier superalcalde. Sin contar con estudios de sísmica para la ciudad y con mayor razón para Tarqui, por su alto nivel freático, aún no se pueden otorgar permisos de construcción. Y esos estudios se harán con parte de los fondos que aprobó el BID, Banco Interamericano de Desarrollo, para tranquilidad de los que recelan del gigante asiático. Quienes insisten en vivir ya en Tarqui con el servicio de alcantarillado realmente colapsado, sin agua potable ni energía eléctrica estarán tomando una decisión temeraria, pues lo harán a riesgo de su salud física y psicológica…
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