Su dulce voz y su gran dominio encanta por ahora en el albergue en que se convirtió el aeropuerto Reales Tamarindos de Portoviejo.
Se trata de Lucía Moreno, una joven vivaz de 26 años, quien sobrevivió al terremoto del 16 de abril en Portoviejo.
A las 18h50 del fatídico día ella estaba en el segundo piso de su casa, en la calle Alajuela entre García Moreno y avenida Manabí, junto a su hijo Piero y al guitarrista Joao Reyes.
Tenía un concierto con la orquesta Kaoba, de la que es vocalista. Cuando empezó el sismo, las paredes de la casa, cuyo piso era de madera y cemento, cedieron. Ella y el guitarrista se abrazaron con el niño para protegerlo. Finalmente cayeron al piso de abajo, donde había una tercena, sobre congeladores, carnes y neveras, que no dejaban de moverse. Para rematar el piso de concreto se vino abajo; el pequeño Joao, criado en la fe católica, cuando iba cayendo solo se abrazó a los mayores y gritaba “Jesús en ti confío...Jesús en ti confío”. Luego una de las puntas de concreto lastimó la mano derecha de Lucía, quien quedó inmovilizada; el guitarrista tenía golpes, mientras que el niño milagrosamente resultó ileso y seguía orando.
Los tres quedaron atrapados, todo estaba oscuro y el gas de los cilindros empezaba a emanar su mortal olor. Entonces se dieron cuenta de un grave problema: los dueños del frigorífico, que no vivían allí, cada noche dejaban bien segura la puerta de salida con candados y cadena de acero, infraqueable hasta para los delincuentes más osados. Joao seguía rezando “Jesús en ti confío”.
De pronto, no saben de dónde, una luz iluminó la puerta de salida y avanzaron gateando hasta allá para ver cómo solucionaban lo de los candados, pero se encontraron con la grata sorpresa de que no había uno solo y la puerta estaba entreabierta e invitándolos a salir.
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1-Ella estaba en el segundo piso de su domicilio, en la calle Alajuela entre García Moreno y avenida Manabí. Junto con su hijo Piero y el guitarrista Joao Reyes esperaba que la pasaran recogiendo para ir a un concierto de la orquesta Kaoba.
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2-Cinco segundos antes del sismo una amiga la llamó para decirle que ya estaban cerca de la casa. Terminó de colgar cuando la tierra se “licuó”. Entonces empezaron a caer las paredes de la casa, cuyo piso es mixto, entre madera y cemento.
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3.- Ella y el guitarrista se abrazaron y dejaron al niño en medio de ellos para protegerlo de todo. Se cayó el piso de madera, luego el de concreto.
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4-Ellos cayeron en el local de venta de carnes, sobre congeladores y neveras que no dejaban de moverse.
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5-Luego el piso de concreto de arriba cedió. El pequeño Joao gritaba "Jesús en ti confío...Jesús en ti confío..."
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6-Una de las puntas de concreto dio en la mano derecha de Lucía, quien quedó inmovilizada y con una gran herida de la que emanaba sangre. El guitarrista también tenía golpes, pero milagrosamente el niño estaba ileso y seguía con sus oraciones.
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7-Las paredes de los demás edificios seguían cayendo. Los tres quedaron atrapados, pero luego empezaron a liberarse de los escombros. Todo estaba oscuro y el gas de los cilindros empezaba a emanar.
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8-Los dueños del frigorifico cada noche dejaban muy segura la puerta de salida, es decir tenía una serie de candados y cadena de acero infranqueable hasta para los delincuentes más osados.
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9-Joao seguía rezando “Jesús en ti confío”. De pronto, no saben de dónde, una luz les iluminó la puerta de salida. Gatearon hasta allá para ver cómo solucionaban lo de los candados, pero se encontraron con la grata sorpresa de que no había uno solo y la puerta estaba entreabierta e invitándolos a salir.
De inmediato a la artista la llevaron hasta un hospital, donde le suturaron la herida con más de una docena de puntos, sin embargo no quedó bien y se infectó, por lo que un mes después tuvieron que volver a operarla, pero ya en el Verdi Cevallos.
Como se quedaron sin casa, junto con su mamá Luisa Cevallos, desde el 17 de abril viven en el albergue Reales Tamarindos. Allí en una carpa blanca de 1,50 por tres metros y con mucho calor intentan rehacer sus vidas mientras piensan cómo hacer para volver a tener una vivienda.
Allí ella ayuda en las labores de cocinar para los más de 800 habitantes del albergue, a veces canta para alegrar la jornada.
Ella dice estar agradecida con el Gobierno y las autoridades porque allí la comida no falta y trata de llevar una buena convivencia, sin embargo indica que sí necesita recursos para su hijo, por eso una vez recuperada ya volvió a “chivear”, como le llaman a pequeños contratos ocasionales de canto como en cumpleaños, finados o aniversarios.
Con eso trata de pasar la crisis y distraer a los nervios, pues reconoce que no es fácil sobrellevar la carga emocional de sobrevivir a un terremoto. Por ejemplo, ella se aterra al pasar cerca de edificios, entre más altos más miedo. Cuando duerme sueña con el terremoto, que le caen cosas encima.
Su niño pasa por algo similar, pero espera que en la escuela disipe los nervios. A Lucía todo aquello se le va cuando empieza cantar: su cuerpo de mujer manaba se impone, sus ojos se llenan de brillo, su voz se dulcifica y sueña que vuelve a conquistar los escenarios.