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Childerico Cevallos | E-mail: [email protected]
Reflexiones asambleístas
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Ante el virus de asambleísmo que a muchos ha contagiado, despierta incomodidad el apreciar la facilidad conque algunitos suponen es ser asambleísta, andando de aquí para allá palanqueándose o autoproclamándose candidato para ello; osadamente subiéndose a una nube sin pensar en lo duro que es la tierra.

Domingo 03 Junio 2007 | 20:53

Porque una cosa es tener idea de las necesidades existentes en el país - que las sienten todos - y otra es tener la capacidad, los conocimientos y las habilidades mentales para concebir las leyes, sugerirlas y aportar con eficiencia a su redacción. Y para ello no están habilitados quienes tienen el cerebro en la lengua, porque no es garantía de buen asambleísta el manejar el idioma con fluidez, con labia de agorero; ni tener figura con imán en la sonrisa, o proclamarse defensor de los pobres, de los humildes, de los sin techo. Recordemos que algunas de esas características son las que, precisamente, nos tienen ahora en la cuerda floja del autoritarismo. Tampoco califica aquel que simplemente se ha dedicado a tirar piedras, insultar y desprestigiar a los supuestos pudientes, adinerados, pelucones; ese es el que menos sabe de cómo ganarse la vida decentemente, por lo que, lógica y racionalmente, le será imposible enseñar cómo hacerlo. Menos aún quien hace de la pluma, de la computadora, del micrófono, de las cámaras de televisión medios de engaño, de atraco, de extorsión y de explotación a través del chantaje de la diatriba y el chantaje, porque va sin el concepto de honradez y decencia. Una cosa es tener facilidades de expresión, de convencimiento para lograr aceptación popular; otra es la preparación sicológica, espiritual y profesional para la elaboración de una carta magna que contenga los lineamientos especiales que harán de un país un lugar adecuado para que su nación, apegada a derecho, viva y respire justicia social. Todos podemos ser asambleístas, pero todos no estamos preparados para serlo. Como en el coro y las orquestas, para los desorejados no hay cabida porque desentonan atentando contra la pureza de la música. Acá se atentaría contra la misma existencia social. Y ante tanto atrevimiento hay que invocar para que surja la conciencia. Y por el mismo respeto personal hay que bloquear el narcisismo, el atractivo de la figuración. Ser buen amigo, ser buen comerciante, ser buen líder comunitario no garantiza ser buen representante a la asamblea constituyente. Hay que hacer campaña para educar al elector sobre el perfil del asambleísta, sobre su misión y las repercusiones que tendrá sobre el país lo que haga o deje de hacer en la construcción de aquella Biblia del derecho que se llama Constitución. Aquello es obligación del Estado a través del Tribunal Supremo Electoral, aquel organismo cuya función, hasta ahora, ha resaltado por su guerra política para la supremacía de sus edictos con tintes de abolengo real.
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