El arquitecto de un nuevo templo en la altura de los Himalayas instruyó así al escultor que debía esculpir la imagen de la divinidad en el altar central: “Quiero que sea la imagen de Dios y la imagen de todos los hombres y mujeres que han existido, existen y existirán. Que todos se reconozcan en ella, y que todos reconozcan en ella la imagen del Dios que los creó”.