En ese tiempo ha cultivado amistades, especialmente de los turistas que quedan fascinados con el producto que vende.
Según Rivera, en un principio elevaba sus plegarias para que el día fuera caluroso, pero con el tiempo aprendió a trabajar en silencio, ya que el clima siempre varía, al igual que el gusto de las personas.
Su negocio le asegura ingresos razonables que le permiten llevar una vida armoniosa junto a su familia. El coco, su principal soporte para el negocio, lo adquiere en sitios como San Pedro y El Resbalón de Rocafuerte.
“Los tiempos han cambiado bastante, ya que antes se vendía bastante y ahora, en cambio, los turistas van con provisiones a sus destinos”, citó.
Hace dos años, tras un feriado, expendía hasta 400 cocos, pero ahora no se llega ni a la mitad.
Los precios varían dependiendo del tamaño, y van de los 75 centavos de dólar en adelante.
El negocio le permite a Rivera llevar una vida digna y disfrutar del beneficio de ser su propio jefe.