Vivimos en una sociedad consumista que nos dice mentiras y nos hace creer que la felicidad depende de cuánto ganamos y podemos comprar. Después de todo, cuando fracasamos en la vida sí podemos tratar de reducir las consecuencias o, si no es posible, por lo menos debemos aprender de la experiencia y esforzarnos más en el siguiente intento por mejorar la situación económica.
Un triunfo imaginario que vamos por el buen camino, cuando en realidad nos estamos perdiendo; y cuando nos damos cuenta del error, tal vez sea demasiado tarde para corregir. La mayoría de la gente piensa que para triunfar hay que dedicarse a hacer el dinero y conseguir posesiones, pero no saben que el peor engaño es medir el éxito personal por el dinero que se tiene… Nos deja un enorme vacío.
Muchas personas concuerdan con esta verdad y con que debemos llevarnos bien con los demás, trabajando honradamente en lo que uno se sienta cómodo y a la vez ser respetuoso. Puede que no tengamos tan clara la diferencia al momento de tomar decisiones que afecten nuestra existencia por la falta de experiencia.
El dinero no le garantiza la verdadera felicidad a nadie. Las familias, cuya motivación es Don Dinero, se angustian y se deprimen con mucha frecuencia, no entienden que la plata no compra la dicha de todos los seres humanos, sólo con ingresos suficientes cubrimos las necesidades básicas para sobrevivir en la tierra con la bendición de Dios.
No vaya tras el dinero, ni las posesiones, hay mejores cosas en la vida; evitemos la codicia, porque aunque tengamos fama y muchas cosas más, nuestra valiosa existencia no depende de ellas. Nadie puede triunfar de la noche a la mañana, si lo hace por la ambición y con engaños es otra cosa. Lo correcto es que con humildad y esfuerzo toda persona nacida del vientre de una mujer puede triunfar en la vida. ¿Será delito decir la verdad?