El autor llegó a creer que esa forma de pervertir el mensaje, utilizando las palabras más inadecuadas e inoportunas, no solo influía sobre el grueso de la sociedad, sino sobre el pensamiento, base de todo esfuerzo intelectual, originando una especie de antropofagia lingüística.
Han pasado los años y de ese entorno del tiempo de Orwel, marcado por una guerra mundial espantosa, dos bombas terribles lanzadas sobre inocentes ciudades japonesas y por la incursión inicial de la imagen, hemos pasado a un entorno de muchas guerras en curso, de armas de destrucción masiva inimaginables y de un desarrollo de la imagen que abarca hasta los recovecos de la vida cuotidiana.
Hoy asistimos a un escenario descomunal, con un mapa cambiante por la aparición de nuevos países, con siete mil millones de seres humanos tratando de entenderse y entender, con la aparición de doctrinas a granel.
Orwel podría decir hoy que la sociedad global- ya no solo la sociedad de habla inglesa- asiste a una trasformación permanente del lenguaje humano, con aciertos y perversiones, con horizontes y abismos. Ya no se habla solo del lenguaje de naciones o regiones, sino del de cientos de grupos minoritarios presionando sobre grupos mayoritarios y viceversa.
Influenciados por modismos y por máquinas, asistimos a una liberalidad en el habla humana, que hace, por ejemplo, que las redes sociales globalicen conceptos y estandaricen acepciones. ¿Estamos frente a una permanente revolución de los significados y significantes, o a una especie de caos organizado que nos llevará a la debacle de las palabras habladas y escritas? ¿Vamos hacia un esperado Esperanto, o, por lo contrario, hacia una Torre de Babel del siglo XXI?