El cristianismo originario nació en el círculo que Jesús de Nazaret reunió en torno a sí. Se formaron comunidades originarias que no tenían sacerdotes ni jerarquías.
No había nadie que determinara lo que había que hacer, solo existía una libre agrupación de comunidades. Los miembros de las comunidades primarias tenían todo en común, incluso en el Nuevo Testamento hay un párrafo que lo confirma: «La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y un solo alma. Nadie consideraba sus bienes como propio, sino que todo lo tenían en común». Es sólo una frase, pero se puede deducir cómo vivían los cristianos originarios. Ellos tenían los mismos derechos, también las mujeres, y vivían del trabajo de sus manos. Los cristianos originarios de aquel entonces eran seguidores de Jesús, porque incorporaban las enseñanzas de este gran Espíritu a su forma de pensar y vivir. Todavía no eran perfectos, pero se esforzaban en poner en práctica las legitimidades que Jesús había enseñado. Tampoco tenían una cena ritual, comían juntos y recordaban al hacerlo a Jesús. En la comida se hacía presente que el Espíritu de Dios está en los alimentos.