Amel Heredero lo recuerda claramente. Recuerda aquel regalo que su muchacho le dio con mucho cariño, seguido de una petición que no pudo cumplirle. “Él me pidió que para el Día del Niño lo llevara a pasear, y yo tenía previsto hacer aquello, pero me lo mataron, me dejaron sin mi chiquito”, expresa.
Tres años después la herida sigue allí, calando en lo más profundo de su corazón, asfixiándola en ocasiones.
Rolando Marín, de 11 años de edad, murió mientras se bañaba en una piscina. Allí hubo una discusión que terminó cuando el niño recibió un tiro en el pecho.
Amel dice que ese día su hijo le pidió permiso para acudir con unos primos a bañarse. Horas antes le había dicho que le preparara su comida preferida, arroz con calamar y camarón, decía, pero como que no se le entendía bien, recuerda Amel. Arroz con calamar, camarón y concha, repitió. Al final un arroz marinero era lo que quería.
Ella se lo hizo, y cuenta que su niño comió como nunca. “Creo que hasta se cansó de tanto marisco”, expresa.
> El día de la muerte. Era domingo, el reloj marcaba las 14h00. Un familiar llegó a su casa con la mala noticia.
Una bala perdida impactó a Rolando mientras dos sujetos peleaban. Amel sintió que el alma se le quebraba. Fue a la piscina y vio a su hijo en el suelo. Su imagen llorando frente al cuerpo del niño salió en varios medios. Fue un hecho que conmocionó al país. El día que velaba el cuerpo de su hijo, en el rostro de Amel se veía un sufrimiento profundo. Era el dolor personificado. Ella recuerda que 24 horas después su madre llegó a casa con un celular.
Le dijo que tenía una llamada en espera. Que habían preguntado por ella de parte del Gobierno. Amel dice que tomó el teléfono y al otro lado escuchó una voz que le dijo: “Señora, espere un momento, que el presidente de la República le quiere hablar”.
Al principio lo dudó, pero cuando escuchó una voz de un tono medio afónico supo que era Rafael Correa. “Me dijo que sentía mucho la muerte de mi hijo, porque él también tiene uno de la misma edad, y me aseguró que el crimen no quedaría en la impunidad, porque tenía todo el respaldo del Gobierno”, expresó.
Y así fue. Los implicados en los hechos fueron detenidos y sentenciados.
Amel dice que esto no le devuelve a su hijo, pero al menos sabe que se hizo justicia. Al menos sabe que la muerte de su “Rolandito” no quedó impune. “Todo esto nos destrozó, hasta ahora parece que escucho a mi hijo reírse, correr, jugar, él para mí no ha muerto”, indica.
Rolando era el menor de cuatro hermanos. Por esta razón era muy engreído, dice su madre. “Su padre lo amaba, él recuerda que Rolando siempre le decía que cuando creciera le iba a quitar el trabajo en la pesca”, expresa.
Con Rolando quedaron muchas cosas inconclusas. Pescar con su padre, llegar a su casa y comer de nuevo arroz marinero, pero especialmente salir a pasear con su madre en el Día del Niño.