Su hermana llegó un día y habló con el dueño de la casa. Le pidió permiso para entrar al cuarto y llevarse las pertenencias. Él no iba a regresar más. Ella le contó lo poco que conocía.
Una noche, como a las ocho, recibió una llamada de su hermano, quien asustado le confesó que estaba en alta mar y que un grupo de marinos extranjeros había abordado el barco. Iban a hundirlo porque la embarcación transportaba droga.
Sólo fue una conversación de segundos. Ella llamó luego, pero el teléfono estaba apagado. Insistió sin suerte toda la noche. La hermana no ha borrado el número. Lleva un año esperando por una llamada. El caso de la desaparición no fue denunciado.
El cuarto del buen inquilino fue arrendado a los pocos meses. El nuevo arrendatario debe dos meses y pide que le tengan paciencia, porque está sin trabajo.