Cobró notoriedad por su oficial uso en el exterminio de las plantas de coca en Colombia, cuestionado seriamente por el ilimitado acarreo por el viento de gotas contaminadas luego de las fumigaciones, que provocan daños a las simientes, a las personas y animales domésticos. Es el ingrediente activo de presentaciones comerciales con distintos nombres, considerándoselo como el más vendido del planeta, de sospechosa clasificación toxicológica de “baja” denominación, con lo cual se quiere significar que no existiría riesgo potencial para los seres humanos, que contradice la realidad.
El empleo de semillas genéticamente modificadas o transgénicas va paralelo al consumo de glifosato, pues se les ha introducido un gen que les da inmunidad a las plantas que reciben sus aspersiones, con lo cual se destruye a las malas hierbas, pero dejando indemnes a los cultivos. Pero informaciones originadas en organizaciones que luchan por la preservación del medio ambiente, demuestran científicamente serios inconvenientes que concluirán, a no dudarlo, en su prohibición futura. Ocurre que análisis de laboratorio en el 45% de las muestras han detectado la presencia de pequeñas cantidades del químico en la orina de personas que nunca antes tuvieron contacto directo con el tóxico; de otro lado se asevera que el glifosato, aun en dosis bajas, es perjudicial para las células humanas, ligándoselo a las causas de enfermedades en recién nacidos con malformaciones corporales, atribuibles a las aero atomizaciones, aunque se localicen a un kilómetro de distancia de las viviendas, reportándose el aumento de casos de cáncer y esterilidad masculina. Es hora que Ecuador, víctima de pesticidas aplicados en bananeras, dedique atención a este tenebroso tema.