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Jaime Ugalde Moreira
La gran profesora, la mejor madre

Aunque no me dio clases en un aula, puedo decir que fue la mejor profesora. Me enseñó con ejemplo, rigor, amor, ternura, sacrificio, valor, sufrimiento y desprendimiento. Falleció el pasado 4 de enero. Fue y es mi madre: Rosa Luz Itálica Moreira Candela de Ugalde.

Jueves 11 Abril 2013 | 00:00

Pero no deseo escribir sobre las lecciones que me dio en la casa; quiero compartir unas pocas acciones de vida, que también fueron enseñanzas.
Recuerdo que no faltaba ni por enfermedad. Debía estar grave para no ir a clases. Muchas veces caminó kilómetros para llegar a su escuela en Ojo de Agua, en el límite entre Rocafuerte y Junín. En invierno, cuando las vías se cerraban, madrugaba más, subía cerros complicados para cualquiera, pasaba lodazales, cercos, abría caminos, buscaba atajos, enfrentaba plagas,  cualquier cosa para llegar a dar clases puntualmente, sin robar segundos, minutos o días. 
El trabajo transcurrió casi siempre irrespetando los horarios de comida, recibiendo bajos sueldos y algunas veces hasta impago. 
En mi época colegial, la acompañé a realizar un trámite para su plantel. El sol estaba fuerte. Subía y bajaba escaleras y su cansancio era evidente. Le consulté si no deseaba una cola. Me respondió que no. Le insistí y ella también lo hizo: si gasto, no me alcanzaría para darte completo tu recreo, me dijo.
Se me parte el alma al recordar esos sacrificios.
El año pasado,  ya en la escuela Alegría de Júpiter, le dije en un día de su enfermedad “mami, manda un reemplazo, si no tienes dinero yo te lo pago”. 
“No entiendes. No se trata de plata, tengo que enseñarles a mis niños, no les puedo fallar”, me respondió.
Historias como esas hay muchas, y a eso hay que sumarle el cariño para sus estudiantes, su conocimiento, sabiduría y pedagogía.
Hoy, el Distrito Educativo Intercultural y Bilingüe Portoviejo-Manabí le rinde tributo a ella y a otros 29 profesores jubilados. De ellos, mi madre y otros tres ya fallecieron. Me hubiera gustado que reciba el homenaje en vida. 
Ratifico que para mi fue la mejor profesora, y también debo decir: la mejor madre. Todos los días la amo y le doy mi cariño en silencio, muchas veces solo y entre lágrimas, como mientras escribo estas líneas.
Hoy, aunque no haga falta, expreso en público mi orgullo de hijo, y por medio de estas anécdotas rindo tributo a los profesores homenajeados y a todos los maestros sacrificados que hacen patria con pequeñas y grandes acciones.
Y a mi madre... ¡mi gratitud y amor eterno!.
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