Definitivamente, el invierno desnuda al mal constructor. Como no tiene compadres ni socios ni compromiso con nadie, es implacable a la hora de fiscalizar: si la obra que hizo tuvo errores, el invierno los saca a la luz, los deja ver, quedan expuestos a los ojos de todos y si es buena resiste el agua. Así de sencillo. Pero lo importante no es sólo eso sino que el invierno además nos lleva a conclusiones o al menos a hacernos ciertas preguntas, tales como: ¿Qué pasó? ¿Dónde estuvo la fiscalización? ¿Por qué se pagó por una obra sin saber si estaba bien? Y también a otras: ¿Qué se está haciendo para reparar lo que el agua destruyó o que se va a hacer con los que construyeron mal?.
Sin embargo, en el supuesto que todas estas preguntas tuvieran una respuesta positiva, es decir que lo destruido se reconstruya y todo quede como estaba en el diseño original, nos queda aún por saber ¿quién indemniza a los que tuvieron pérdidas materiales por causa de obras mal hechas? Esto es una pregunta básica. En efecto, se puede multar a un constructor, se le puede retener pago de planillas por obras realizadas, se lo puede hasta enjuiciar pero ¿quién resarce del daño causado a terceros? Lo que quiero decir es ¿quién le paga, por ejemplo, al agricultor que no pudo sacar sus productos por causa de un puente que por mal construido se cayó? ¿Quién paga por el viaje de negocios o de turismo que se perdió porque no se pudo avanzar por el mismo puente caído? Y lo más grave, lo irreparable, ¿Quién paga por la vida que se perdió de alguien que no pudo recibir atención médica oportuna por causa de una vía interrumpida por mal hecha? Alguien tiene que responder.