Los delegados de los países presentes: Ministros, vice Ministros y Jefes de Delegación, no se inmutaron ni pestañaron ante lo que estaba diciendo el representante de la diplomacia bananera, más allá de una leve sonrisa mientras miraban el reloj con impaciencia ante la larga perorata sobre la forma en que en la mitad del mundo ecuatorial se entiende por “libertad de expresión”.

Pero (el infaltable), los trescientos periodistas acreditados por otros tantos medios de tutilimundi, al escuchar lo que acabamos de reproducir en el primer párrafo de esta nota, no pudieron aguantarse y, rompiendo la compostura y el protocolo que se debe observar en eventos de esa magnitud histórica, amen de la ética profesional que corresponde observar, soltaron en coro la más estruendosa carcajada que escuchado habríase en ese ínclito, augusto y magno recinto. Cómo sería de escandalosa la risotada colectiva de mis colegas, que el susodicho locuaz y parlero: frenó a raya su sesudo discurso, secóse la frente con el dorso de la mano izquierda… y observó fijamente a los risueños periodistas, como diciéndoles con la mirada: ¡a la salida nos vemos, no! Y a pesar de que por dos ocasiones el presidente de la Comisión General de la OEA, le recordó al aludido que ya llevaba media hora en el uso de la palabra, siendo que el reglamento autoriza cada intervención máximo por 8 minutos, el llamado de atención no fue atendido.