Una posición sustentada en principios cívicos y éticos nos impone considerar como objetivo fundamental el bienestar colectivo, el amor por la patria y el fortalecimiento institucional de la República.
Los seres humanos de estatura superior jamás descienden a los niveles del resentimiento que empuje a la siembra del odio, sólo porque en algún momento una determina acción desconoció méritos o atentó contra un interés personal. Se debe seguir conservando inalterables las profundas convicciones que se sustentan en valores supremos como el humanismo y la fraternidad social. La defensa permanente a un proceso político como el presente, y el cívico respaldo a un Presidente de la República que está actuando en función de patria, no debe provenir solamente de los “gobiernistas”, sino de todo ciudadano que ubique a la patria en el piso más alto de su cívico corazón. La obra más grande de este gobierno no es la construcción hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, ni la Refinería del Pacífico, donde están efectuando inversiones sin precedentes. No, la obra emblemática se llama la revolución educativa, cuyos resultados positivos se empezarán a sentir después de diez años. Estas acciones obligan a ser solidarios con este proceso político denominado revolución ciudadana. Pero este respaldo y solidaridad política no puede disminuir jamás el derecho a disentir, a expresar con absoluta veracidad los errores cometidos por los mandos medios; al contrario, es necesario denunciarlos señalando a sus autores para que se proceda a la justa e impostergable rectificación.