La parte de mi artículo que más interés despertó en los lectores resultó ser la que en 2018 González sería presidenciable preferiblemente acompañado de un (a) manabita de binomio. De los criterios recibidos al respecto comparto un par que -con mi profesional reserva de la fuente- por provenir de personajes vinculados y cercanos al actual gobierno central, amerita analizarlos; uno opina sobre mi nota: “Concuerdo en el fondo, pero creo que ese análisis suyo debe ir junto a otro adicional que creo que hace falta: ¡Manabí necesita una nueva clase política! Los que están vigentes son herederos de la partidocracia. De hecho, considero a muchos responsables de los problemas actuales y de que no hayan nuevos cuadros... ¡porque el statu quo los favorece!”. Coincidente, otro personaje de ese nivel afirma mencionándolos con nombre, apellido y cargo actual al que electoralmente fueron elegidos, lo que me reservo publicar: “¡Me gustaría un manabita vicepresidente o por qué no, Presidente! Pero debe salir de una nueva clase. Tal como ocurrió con Correa. Mientras sigan vigentes los nombrados (que son los mismos de siempre con distinto membrete) Manabí no podrá optar por nada trascendental, porque su norte político está secuestrado ¡ya que unos pocos lucran del sistema actual!”. Y así, hay más comentarios de ese tenor que dejan pensando e invitan a reflexionar con responsabilidad y sin nuestro comprensible patrioterismo chico sobre el actual momento y los venideros, y más que nada, sobre las o los manabitas descollantes que se postularían a la candidatura de la que hemos tratado, de la que en próxima meditada entrega me atreveré a mencionar un nombre.