Actualizado hace: 931 días 5 horas 23 minutos
Rigoberto Meneses Zavala
¡Adiós Mundo Cruel!

Esta es la pronunciación misteriosa de aquellos que ya no encuentran sentido a la existencia, expresan o traspasan sus sentimientos de adiós a los que compartieron los destinos de esta creación. También hay la defunción natural, aquella que acercándose cautela revela dulce y calladamente otros misterios que la reflexión no descubre al genio, pero que trata de olvidar la muerte de los otros para no tener que pensar en la propia. Una manifestación figurada de la muerte es la quema del “año viejo”, macabra noche a la que todos se aproximan para el adiós del año que culmina. A evocar a los que se fueron y huir de él con la quimera de un nuevo día. Así, se transita positivamente a la única justicia de este mundo: la muerte

Viernes 27 Enero 2012 | 00:00

Dos fechas legendarias se recuerdan esos días: la Navidad, que por cierto no se debe a la simple recordación de un suceso biológico ocurrido hace más de 2000 años, sino a la profunda consecuencia que ello encierra. La otra a la final que simboliza la muerte, con el último día del almanaque a sus ceremonias cargados de alborozo, júbilo, placer, dicha, baile... hasta las 24 horas del 31, en donde el testamento invita a despedir al año que se va, que para los más ha sido de escollos, desesperanzas, truncamientos, pesares, metas incumplidas, etc. A la primera hora del nuevo año, mientras el monigote yace en llamas con bengalas y torpedos, saltado por chiquitines y jovenzuelos, los parabienes se multiplican y las lágrimas corren a raudales, como queriendo apagar el muñeco que es solo cenizas. 
Con este motivo, valga leer al reformador y escritor ruso León Tolstoi, una de las grandes figuras de la novelística mundial, tiene entre su vasta obra un relato a este tema “La Muerte de Iván llich” breve cuento acerca de las ideas existenciales de un juez moribundo, meditación sobre su existencia, vacilaciones ante la inminencia de la muerte... el título anuncia con precisión el tema de la muerte que constituye la columna vertebral de la historia. 
Como todo un maestro de la pedagogía, el escritor prepara al lector para convertirse en testigo del fallecimiento del protagonista. El autor declara muerto a los 45 años a un hombre que vivió muerto los mismos años. Como él, se encuentra a diario cadáveres vivientes, historias como la de Iván: vulgares, corrientes y horripilantes. 

Recomendable para esos días la interpretación de esta obra, extensa en meditación y corta en lectura, cuando todos se preparan  con entusiasmo para acabar con los necios, farsantes y mentirosos, agarrados en las cumbres nubladas del poder y representados en esos monigotes, pero también para el común mortal que no advierte que la existencia es breve como la de Iván llich. < 

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