Actualizado hace: 931 días 15 horas 57 minutos
Edwin Delgado A.
Inventario

Siempre me preguntaba qué sentía un presidiario, encerrado entre cuatro paredes, teniendo barrotes y guardias controlándolos. Un día sin darme cuenta estuve preso. Encerrado en un laberinto inventado por mí, por mis temores. Con grilletes tan pesados que no me permitían avanzar, obnubilado, sin poder ver más allá de un palmo. Ahí comprendí, que las prisiones son relativas, que hay distintas clases de presos. Que el verdugo y carcelero puedo ser yo mismo. La libertad es un don, desde entonces la justiprecio.

Martes 26 Diciembre 2006 | 18:25

Perseguí fantasmas y como era de esperarse terminé asustado. Después de mucho recorrer me di cuenta, lo imposible de enseñarle inglés a la llave francesa, tarea harto difícil, al final termina cansándote. Entendí que aquel refrán, cada oveja busca su pareja, se da en todos los medios; que no por mucho madrugar amanece más temprano, más bien puede causar envejecimiento prematuro. Intenté ser feliz en la luna, en las estrellas, en la galaxia, en el cosmos, sin pensar que la felicidad está aquí en la tierra, entre mortales, junto con los que me rodean. Comprendí que para estar en las alturas es necesario aumentar la cantidad de glóbulos rojos (sólo así podré andar tranquilo), aquello me evitará mareo, soroche, náusea, vértigos. Leo con avidez acerca de los trastornos digestivos, como la anorexia y la bulimia, de lo que una modelo es capaz de hacer por mantener su figura. En mi realidad local, veo personas con almas anoréxicas, que comen poca espiritualidad (aunque asistan a iglesias y templos); bulímicos del corazón, que saludan, estrechan manos y almas nobles, pero vomitan odio, rencor, mientras van ataviados impolutamente. Me lamentaba por mi peso corporal, por querer comer sano, saludable, por equilibrar los porcentajes entre proteínas, carbohidratos, grasas y fibra. Más, al ver, hombres descarnados, famélicos, enjutos, macilentos, de poco comer, mi opinión cambió; el equilibrio dietario me importa menos. Desde entonces, trato de no tener cenceña mi alma, más bien, busco la proporción y serenidad en el actuar para que se vea manifestado en lo corpóreo. Visito almacenes, bazares y tiendas para elegir el regalo que mi hija pide. Me molesta no poder comprarle algo de mayor valor, un juguete de marca, de calidad (de aquellos que salen en la publicidad de los canales de televisión por cable). Sin embargo no entiendo que los juguetes tienen precio pero no valor, que su verdadera cuantía, está en lo que despierta en las niñas y niños, no en lo que marca en números. Que hay infantes, capaz de contentarse con un mínimo porcentaje de lo que le ofrezco a la niña-mujer que terminó de humanizarme. Al final del inventario, comprendí que debo vivir, disfrutar y ser feliz con lo que tengo, el faltante, llega en su momento. Sólo depende de nosotros. Felicidades y prosperidades para el próximo año.
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