En la ciudad de Guayaquil, donde pernocté por circunstancias particulares, me permitieron acceder a un librero para tomar un ejemplar de tantos y tener qué leer en las siguientes horas para conciliar el sueño. Tomé uno, que lo había escuchado como título pero nunca lo acaricié entre mis manos, mucho menos lo había apreciado en mi criterio literario. Apenas al leer su prólogo me enamoré de su maravilloso contenido. Al hojearlo, en la mañana siguiente, mi entusiasmo obligó a mi pariente a darme como obsequio.
Editado por primera vez en 1944, del autor Dr. Enrique Garcés Cabrera, este ejemplar actual es una edición de aniversario del segundo centenario de la muerte del gran prócer americano Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Quien ordenó esta edición fue el Dr. Alfredo Palacio González, Ministro de Salud Pública en ese período y quien prologa la misma. La obra “Eugenio Espejo: Médico y duende”, escrito con certeza la década de los 30 y 40, es una expresión literaria incomparable en su enfoque realista, crudo, vehemente, de contagiante patriotismo y profunda reflexión social. Capítulo a capítulo trata temas de magnitud trascendental, como trascienden sus críticas y sentencias, tanto que a pesar de ser una referencia de los tratados higienistas, jurídicos, costumbristas y sociales de hace más de 200 años, quienes vemos con ojos de cambio debemos reconocer que siguen siendo problemas actuales, ni siquiera del siglo 20 sino de éstos, nuestros días.
El autor se declara y refiere a varios personajes, médicos y periodistas como sus discípulos.
El Dr. Palacio también asume esta posición de alto orgullo personal y comunitario.
Humildemente me quiero unir a esa armada de personas que luego de leer y absorber sus párrafos profunda y conscientemente así nos sentimos e identificamos. Que esta actitud de “discípulos de Espejo” se multiplique por decenas, cientos y miles de médicos, periodistas y ciudadanos a quienes invito a beber de la sabiduría y enseñanzas de esta obra maestra.
En sus páginas finales el Dr. Garcés, su autor, refiere que en 1932 se hizo un proceso para dilucidar y declarar por parte de Ecuador su “héroe máximo en la historia patria”. En aquella época que la lectura prevalecía, brillaron lo nombres de Juan Montalvo, Federico González Suárez, Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro, Atahualpa, Huayna Cápac, Vicente Rocafuerte, José Joaquín Olmedo. A todos los reconoce en su valía, pero dice: “se olvidaron del duende Eugenio Espejo, quien obtuvo unos pocos votos consignados con fe”.
Concluye diciendo que “este libro, si así lo llamara el encuadernador, no es sino aquel voto que entregara aquellos años por mi admirado preceptor”.