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J. Maldonado F.
Don Pedro
J. Maldonado F.

Don Pedro, así de sencillo desde que asumió la Dirección de Diario Manabita, origen de lo que hoy es el poderoso El Diario, pionero de la modernización de la prensa nacional. Antes de ese acontecimiento, había sido Pedrito, pese a su talla física y espiritual, y tal vez por eso mismo.

Viernes 22 Diciembre 2006 | 19:40

Don Pedro, uno de los líderes de la sociedad manabita; líder por su actitud permanente de servicio, por su aplicación real del manabitismo, por el amor a sus semejantes y su dedicación a la creación de una herramienta de desarrollo fundamentada en la comunicación social, a la que sirvió siempre, sin servirse de ella. Don Pedro, era el trato que siempre le dí, pese a la proximidad de nuestros intereses, pese a que compartíamos pensamientos en torno al destino de Manabí. Don Pedro, con quien recibimos unos cuantos chivaletes de monotipo, dos linotipos y una vieja rotoplana comprada de “segunda” mano, luego del incendio. El respetable Diario Manabita no tiraba más de 3.000 ejemplares que se consumían en Portoviejo fundamentalmente, peleando el mercado con La Provincia de don Felipe Saúl Morales. Juntos dedicamos pensamientos y esfuerzos para actualizar la tecnología; cursos en el extranjero y contactos con técnicos experimentados indujeron la aventura de incorporar la impresión indirecta, “offset” , a la producción de diarios en Ecuador. Entonces, únicamente los suplementos de El Comercio se editaban con ese sistema. Inclusive los técnicos extranjeros lo consideraban lento y de difícil asistencia. Y fuimos más allá, cuando el mundo comenzaba a dar los primeros pasos en la aplicación de la Informática a la producción editorial. Incorporamos las computadoras para entregar, al final de casi cuatro décadas, una planta editorial de las más modernas, totalmente informatizada y con gran capacidad de impresión indirecta. La aventura nos dejó lecciones inolvidables, como reparar una máquina de difícil tecnología con la ayuda de un técnico que estaba en Miami y un teléfono, más la batería de tarjetas de repuesto; o como amanecernos ajustando pernos de la rotativa, como ayudantes del técnico traído de Argentina para armarla. Es que toda la relación con Don Pedro fue una enseñanza. Cuando se fue, en ese trágico día en que viajó para cumplir sus obligaciones como Ministro de Estado, dejó un vacío que no se ha llenado y difícilmente se llenará, porque reunía las cualidades justas para administrar el poder que dimana de la Prensa, administrarlo en servicio a su provincia para la que permanentemente generaba ideas, proyectos que se difundían, y que asumidos por otros manabitas daban los resultados que se buscaban. Creo justo, en el aniversario de su trágica muerte, hacer público el sentimiento que dejó su partida e invitar a que otros manabitas enriquezcan esa élite intelectual y de corazón que integraron: don Pedro, don Ariosto, Alfredo Henriques, Manuel García, el Flaco Cedeño, y tantos otros que supieron dar forma a su amor por Manabí y a ello dedicaron su vida.
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