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Rubén Darío Buitrón
¿Qué somos para Colombia?

Hace poco, en su edición 1283, la influyente revista colombiana Semana calificó al Ecuador como “la nación más caótica e inestable del continente”.

Lunes 18 Diciembre 2006 | 20:23

En esos mismos días, el presidente Álvaro Uribe ordenó a su ejército que reiniciara las fumigaciones con glifosato en la frontera con nuestro país, supuestamente para exterminar diez mil nuevas hectáreas de coca. ¿Y los cinco mil ecuatorianos que viven en la zona y están gravemente enfermos por los bombardeos químicos? ¿Y el acuerdo entre los dos gobiernos para abstenerse de realizar las aspersiones en un tramo de diez kilómetros en el área limítrofe conjunta? No, Uribe no pensó en eso. De forma simultánea, un fiscal colombiano dejó en libertad al soldado Diego Inga Cabrera. Está acusado de asesinar, el pasado 19 de julio, al comerciante Víctor Hugo Enríquez, hermano del general Nelson Enríquez, jefe de las Fuerzas Armadas del Ecuador. El presunto criminal ha vuelto a su cuartel a pocos metros de la frontera. Nadie garantiza que algún momento de nuevo integre una patrulla y dispare contra otro ecuatoriano inocente. ¿Son simples coincidencias? Veamos. En las últimas semanas los colombianos empezaron a quitarse la venda de los ojos sobre Uribe. El escándalo que sacude su entorno político íntimo revela las relaciones encubiertas de senadores oficialistas con los paramilitares. Y revela, también, indicios de fraude electoral, con ayuda de los “paras”, presuntamente para llegar al Congreso y aprobar leyes que favorezcan a esos grupos irregulares. El espeso lodo todavía no llega a los pies de Uribe, pero los legisladores involucrados son tan cercanos a él que la duda ha comenzado a instalarse en un alto porcentaje de colombianos. ¿Cómo salir del embrollo? Los asesores del Palacio de Nariño actúan rápido: para proteger al Presidente hay que dejarlo fuera de sospecha. Así que, urgentemente, hay que recordar a Colombia y al mundo que Uribe tiene mano dura, que Uribe acabará con el “narcoterrorismo”, que Uribe no tiene piedad contra el enemigo, que Uribe representa el bien. Para eso, nada mejor que usar al vecino del sur. Ese vecino que permitió, a costa de su soberanía, que le impusieran una base militar extranjera en su territorio, justamente para combatir el narcotráfico y la guerrilla en Colombia. Ese vecino que abrió los brazos a miles de desplazados sin que Uribe pusiera un solo centavo para financiar su atención. Ese vecino que derrocha el presupuesto estatal para enviar diez mil soldados a la frontera, dinero que debiera servir para la salud y la educación de seis millones de ecuatorianos pobres. Ese vecino que, pese a su generosa ingenuidad, según los colombianos es “el más caótico e inestable del continente”. Ese vecino que, aunque en Bogotá no lo entiendan, es un pueblo digno que no se deja mandar por gobiernos de oscuros orígenes, un pueblo digno que lucha en las calles y saca del poder a mandatarios arrogantes, prepotentes, autoritarios o mentirosos.
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