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De dictadores y dictaduras
De dictadores y dictaduras
Por: Manuel I. Vera Zevallos
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Miércoles 26 Enero 2011 | 00:00

Muchos dictadores, en muchos países, accedieron al poder por votación popular.

El pueblo, cansado de anteriores sistemas inhumanos de gobierno considerados como “largas noches”, puso su última esperanza en quienes -tras el disfraz de su sonrisa- habrían de restar sus libertades; es decir, al calor de su propia desesperación, se equivocó una vez más.
Muchas dictaduras, en muchos países, nacieron cobijadas por la esperanza de una real justicia social; se forjaron en el romántico ideal de libertad que nos legaran Bolívar, Martí, Alfaro, Guevara, Allende; se acunaron al son de Inti Illimani, Quilapayun, Mercedes Sosa, Piero, Serrat, Cabral. Nadie pensó, entonces, que los objetivos finales de los farsantes elegidos eran sólo el poder y el dinero.
Muchos dictadores y muchas dictaduras están plenamente vigentes; para mantener su estatus y poder delinquir en aparente democracia, son pródigos en dádivas a los sectores más necesitados y una o dos obras monumentales de infraestructura física se encargan de cegar a muchos. Crecen entonces los bonos y subsidios, sin importar para nada la formación de una gran masa inactiva e improductiva que -holgazán e irresponsable- se encierra en su propia mediocridad a esperar que del cielo le lluevan cama, dama y chocolate.
Los dictadores y las dictaduras tienen como prioridad el atraco y la depredación; así, ante los ojos impávidos de un pueblo anestesiado, se negocia con bonos y deudas internacionales, contrataciones viales decretadas ante estados de emergencia, visas deportivas, ambulancias, etc. Cualquier negociación, sea esta en mandos superiores o intermedios, es la oportunidad para incrementar sus dólares (esa moneda que dicen despreciar por ser hija del Imperio, pero que acuñan ávidos y rapaces).
Obviamente, los dictadores y las dictaduras necesitan de un equipo humano servil e incondicional que los encubra; de aquí la formación de asambleas, comisiones, veedurías y otras argucias, integradas por mediocres “levantamanos” que obedecen ciegamente la voluntad omnímoda del tirano. Por eso es común que se prescinda de las organizaciones sociales, de las fuerzas laborales, de los medios de comunicación (a quienes se tilda de corruptos enemigos del régimen) y de cualquier voluntad analítica que no acepte imposiciones.
Los dictadores y las dictaduras intentan, por todos los medios, perennizarse en el poder. Afortunadamente siempre el pueblo despierta y corta sus malsanas intenciones; aunque esto, en la casi totalidad de los casos, implique derramamiento de sangre fraterna.

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